China y Estados Unidos: el “Gran Juego” del siglo XXI

Por Conn M. Hallinan
Desde 1830 a 1895, los imperios británico y ruso planearon y conspiraron para lograr el control de Asia Central y del Sur. En el corazón del “Gran Juego” estaba la certeza de Inglaterra de que los rusos tenían planes para invadir la India. Así que se libraron guerras, se trazaron fronteras y generaciones de jóvenes encontraron la muerte en pasos desolados y puestos de avanzada solitarios.
Al final, todo fue una ilusión. Rusia nunca planeó desafiar el dominio británico en la India y las sangrientas guerras no resolvieron nada, aunque las fronteras arbitrarias y las tensiones étnicas —avivadas por la estrategia del colonialismo de dividir y conquistar— siguen vigentes en la actualidad. Así, China, India, Pakistán, Afganistán y Nepal luchan por las líneas trazadas en Londres, mientras que Pekín, Tokio y Seúl compiten por pequeñas islas deshabitadas, remanentes del Japón imperial.
Es importante tener en cuenta esa historia cuando uno comienza a desentrañar las razones detrás del enfrentamiento cada vez más peligroso entre China y Estados Unidos en el Mar de China Meridional.

Un competidor en crecimiento
Para los estadounidenses, China es un competidor en rápido crecimiento, que no sigue las reglas y amenaza una de las rutas comerciales más importantes del mundo, en una región dominada durante mucho tiempo por Washington. El Secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, ha pedido sin tapujos un cambio de régimen —en China.
Según Ryan Hass, ex director de China en el Consejo de Seguridad Nacional, el régimen de Trump está tratando de “reorientar la relación entre Estados Unidos y China, hacia una rivalidad sistémica que lo abarca todo y que no podrá ser revertida” por los regímenes que le sigan. En resumen, una guerra fría no muy diferente a la entre EE.UU. y la Unión Soviética.

La humillación en la memoria
Para los chinos, los últimos 200 años —China tiende a pensar en siglos, no en décadas— han sido una anomalía en su larga historia. El que fue una vez el país más rico del mundo y que introdujo al mundo a todo, desde la seda hasta la pólvora, la China del siglo XIX se convirtió en un vertedero de opio británico, incapaz de controlar siquiera sus propias costas.
China nunca ha olvidado esos años de humillación o el daño que el colonialismo ayudó a infligir a su pueblo. Esos recuerdos son un ingrediente de la crisis actual.
Pero China no es el único país con recuerdos.
Estados Unidos ha dominado el Océano Pacífico —a veces llamado el “lago estadounidense”— desde el final de la Segunda Guerra Mundial. De repente, los estadounidenses tienen un competidor, aunque es una rivalidad que habitualmente se exagera.
Un ejemplo es el columnista conservador del New York Times, Bret Stephens, quien recientemente advirtió que la Armada de China tiene más barcos que la Armada de los Estados Unidos, ignorando el hecho de que la mayoría de los barcos de China son pequeñas fragatas y corbetas de la Guardia Costera. La principal preocupación estratégica de China es la defensa de sus costas, donde se han producido varias invasiones en los siglos XIX y XX.
La estrategia china es la “negación del área”: ​​Mantener a los portaaviones estadounidenses a distancia. Con este fin, Beijing se ha apoderado ilegalmente de numerosas islas pequeñas y arrecifes en el Mar de China Meridional para crear una barrera a la Marina de los EE.UU.

El impulso económico de China
Pero el principal impulso de China es económico a través de su masiva Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), no militar, y que actualmente apunta al sur de Asia como un área de desarrollo.
El sur de Asia es enormemente complejo y comprende Afganistán, Pakistán, India, Bangladesh, Bután, Tíbet, Maldivas y Sri Lanka. Sus 1,600 millones de habitantes constituyen casi una cuarta parte de la población mundial, pero solo representa el 2% del PIB mundial y el 1.3% del comercio mundial.
Esas cifras se traducen en un nivel de pobreza del 44%, solo un 2% más alto que la región más empobrecida del mundo, el África subsahariana. Cerca del 85% de la población del sur de Asia gana menos de 2 dólares al día.
Gran parte de esto es resultado del colonialismo, que descarriló las economías locales, suprimió la fabricación y obligó a los países a adoptar culturas de monocultivo centradas en la exportación. La globalización del capital en la década de 1980 aceleró la desigualdad económica que el colonialismo había legado a la región.

Los buitres occidentales al acecho
El desarrollo en el sur de Asia ha estado en deuda con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), que requieren que los prestatarios abran sus mercados al capital occidental y reduzcan las deudas mediante severas medidas de austeridad, estrangulando todo, desde la atención médica hasta el transporte.
Esta estrategia económica, a veces denominada como “El Consenso de Washington”, genera “trampas de deuda”: los países recortan el gasto público, lo que deprime sus economías y aumenta la deuda, lo que conduce a más rondas de endeudamiento y austeridad.
El Banco Mundial y el FMI han sido particularmente tacaños con los préstamos para el desarrollo de infraestructura, una parte esencial de la construcción de una economía moderna. Esto, “la insuficiencia y la rigidez de las diversas instituciones monetarias occidentales lo que ha llevado al sur de Asia a los brazos de China”, dice el economista Anthony Howell en el South Asia Journal.

El rumbo diferente del BRI
La Iniciativa Belt and Road (BRI) toma un rumbo diferente. Mediante una combinación de desarrollo de infraestructura, comercio y ayuda financiera, los países de Asia, África, Oriente Medio y Europa, están vinculados a lo que es esencialmente una nueva “Ruta de la Seda”. Se han inscrito unos 138 países.
Utilizando una variedad de instituciones, el Banco de Desarrollo de China, el Fondo de la Ruta de la Seda, el Banco de Exportación e Importación de China y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, Beijing ha estado construyendo carreteras, sistemas ferroviarios y puertos en todo el sur de Asia.
Durante décadas, los prestamistas occidentales han ignorado el sur de Asia, con la excepción de India, o han impuesto tantas restricciones a los fondos de desarrollo, que la región se ha estancado económicamente. La Iniciativa China tiene el potencial de revertir esto, y también alarmar a Occidente y la India, la única nación en la región que no se ha unido al BRI.

La Ruta de la Seda Digital
La Unión Europea también se ha resistido a la Iniciativa, aunque Italia se ha adherido. Varios países de Oriente Medio también se han unido al BRI y al Foro de Cooperación Chino-Árabe. Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Egipto se han adherido a la Ruta de la Seda Digital de China, una red de satélites de navegación que compiten con el GPS estadounidense, el GLONASS de Rusia y el Galileo de la Unión Europea. China también firmó recientemente una asociación comercial y militar de $400 mil millones por 25 años con Irán.
Huelga decir que Washington no está contento con que China se abra paso a codazos, en una región dominada por EE.UU. y que contiene una parte significativa de los suministros energéticos del mundo.

La competencia y la influencia
En una competencia mundial por los mercados y la influencia, China está demostrando fortalezas considerables. Eso, por supuesto, crea fricción. Estados Unidos, y hasta cierto punto la UE, han lanzado una campaña para congelar a China de los mercados y restringir su acceso a tecnología avanzada. La Casa Blanca presionó con éxito a Gran Bretaña y Australia para que prohibiera a la compañía china, Huawei, de instalar una red digital 5G, y está presionando a Israel y Brasil para que haga lo mismo.
No todas las tensiones actuales son económicas. El régimen de Trump necesita una desviación de su fracaso masivo para controlar la pandemia, y el Partido Republicano ha hecho de China una pieza central de su estrategia electoral. Incluso existe la posibilidad de que la Casa Blanca lleve a cabo una “sorpresa de octubre” e inicie algún tipo de enfrentamiento militar con China.
Es poco probable que Trump quiera una guerra a gran escala, pero un incidente en el Mar de China Meridional podría unir a los estadounidenses detrás de la Casa Blanca. El peligro es real, especialmente porque las encuestas en China y EE.UU. muestran que existe una creciente hostilidad entre los habitantes de ambos países.

Una perspectiva a largo plazo
Pero las tensiones van más allá de la desesperada necesidad del presidente Trump de ser reelegido. China se está reafirmando como una potencia regional y una fuerza a tener en cuenta en todo el mundo. Que EE.UU. y sus aliados vean eso con enemistad no es una sorpresa. Gran Bretaña hizo todo lo posible para bloquear el ascenso de Alemania antes de la Primera Guerra Mundial, y EE.UU. hizo lo mismo con Japón en el período previo a la Guerra del Pacífico.
Alemania y Japón eran grandes potencias militares dispuestas a utilizar la violencia para salirse con la suya. China no es una gran potencia militar y está más interesada en generar beneficios que los imperios. En cualquier caso, una guerra entre potencias con armas nucleares es casi inimaginable (lo que no quiere decir que no pueda suceder).
China suavizó recientemente su lenguaje hacia EE.UU., enfatizando la coexistencia pacífica. “No debemos permitir que el nacionalismo y la exaltación secuestran de alguna manera nuestra política exterior”, dijo Xu Quinduo de la estatal China Radio. “La retórica dura no debería reemplazar la diplomacia racional”.
El nuevo tono sugiere que China no tiene entusiasmo por competir con el ejército estadounidense, sino que preferiría adoptar una perspectiva a largo plazo y dejar que las iniciativas como la Franja y la Ruta trabajen a su favor. A diferencia de los rusos, los chinos no quieren que Trump sea reelegido y claramente han decidido no darle ninguna excusa para aumentar las tensiones como una estratagema del año electoral.
El reciente enfrentamiento de China con India y su acoso a los países del Mar de China Meridional, incluidos Vietnam, Malasia, Filipinas y Brunei, han aislado a Beijing, y los líderes chinos pueden estar despertando al hecho de que necesitan aliados, no adversarios.
Y paciencia.

Conn M. Hallinan es columnista de Foreign Policy In Focus y periodista independiente. Tiene un doctorado en Antropología de la Universidad de California, Berkeley. Supervisó el programa de periodismo en la Universidad de California en Santa Cruz durante 23 años y ganó el Premio a la Enseñanza Distinguida de la Asociación de Antiguos Alumnos de UCSC, así como el Premio a las Innovaciones en la Enseñanza de la UCSC y el Premio a la Excelencia en la Enseñanza. También fue rector universitario en la UCSC, de donde se jubiló en el 2004. Es ganador de un premio “Real News Award” del Censored Proyect y vive en Berkeley, California.

Texto original: https://dispatchesfromtheedgeblog.wordpress.com/2020/08/19/china-and-the-us-the-21st-centurys-great-game/
Traducción: A. Mondragón

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