La perspectiva de los actuales líderes occidentales sugiere que a la humanidad será difícil de sobrevivir en el siglo XXI.
Por Pepe Escobar
Beijing fue sede de la Conferencia sobre el Diálogo de las Civilizaciones Asiáticas, del 15 al 22 de mayo, organizado bajo la supervisión directa del presidente chino Xi Jinping, en medio de un “Carnaval de la cultura asiática”. Claro, hubo connotaciones dudosas, kitsch y almibaradas, pero lo que realmente importaba era lo que el propio Xi tenía que decirle a China y a toda Asia.
En su discurso de apertura —en una clara referencia al régimen de Washington— el líder chino subrayó esencialmente que una civilización que trata de imponerse a otra a la fuerza, es “estúpida” y conlleva al “desastre”. En el concepto de Xi, en cambio, fue sobre un diálogo de civilizaciones, en referencia a las Nuevas Rutas de Seda, o el Belt and Road Initiative (BRI), como programas que “han ampliado los canales para el intercambio de las comunicaciones”.
La compostura y la racionalidad de Xi presentan un claro mensaje en contraste a la campaña “Make America Great Again” del presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Occidente vs. el Este y el Sur
Compare y contraste los comentarios de Xi con lo que sucedió en un foro de seguridad en Washington, apenas dos semanas antes. Allí, un burócrata llamado Kiron Skinner, el director de planificación de políticas del Departamento de Estado, caracterizó la rivalidad entre Estados Unidos y China como un “choque de civilizaciones” y “una lucha con una civilización e ideología realmente diferente, que Estados Unidos no han tenido antes”.
Y peor aún. Esta civilización “no es caucásica”, una no tan sutil resurrección del “peligro amarillo” en el siglo XXI. (Recordemos: el Japón “no caucásico” de la Segunda Guerra Mundial fue el “peligro amarillo” original).
Dividir y gobernar, condimentado con el racismo, explica la mezcla tóxica que, desde hace varias décadas, se ha incorporado en la narrativa hegemónica de EE.UU. La mezcla se remonta a The Clash of Civilizations y The Remaking of World Order, de Samuel Huntington, publicada en 1996.
La pseudo-teoría de Huntington, proveniente de alguien que no sabía mucho sobre la complejidad multipolar de Asia, por no mencionar las culturas africanas y sudamericanas, fue desacreditada sin piedad a través de vastas franjas del Sur global. De hecho, Huntington ni siquiera propuso el concepto original y defectuoso. Ese fue el trabajo del historiador y comentarista angloamericano Bernard Lewis (1916-2018), quien se hizo pasar como un gurú del Medio Oriente en Estados Unidos.
Dividir, conquistar y gobernar
Como lo ha señalado Alastair Crooke, el fundador del Conflicts Forum, Lewis predicó sistemáticamente la división y la conquista, teñido con el racismo, en los estados islámicos. Fue un ferviente defensor del cambio de régimen en Irán y su receta para tratar con los árabes fue “golpearlos con un palo grande” porque, en su visión del mundo, lo único que respetan es el poder.
Crooke nos recuerda que desde la década de 1960, Lewis fue un maestro en detectar las vulnerabilidades en “las diferencias religiosas, de clase y étnicas, como medios para poner fin a los estados del Medio Oriente”. Lewis es un héroe de un cierto espectro —un espectro que incluye al ex vicepresidente de los Estados Unidos, Dick Cheney, y al secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo.
Ahora, vivimos en la era del “Lewis Redux”. Dado que el mundo islámico está en gran parte sometido, en letargo o agitación, el choque de civilizaciones se aplica básicamente, en una escala reducida, a contener o destruir a los chiítas de Irán.
Mientras tanto, el choque real —como insiste el Departamento de Estado— es con China.
Para provocar el caos en Eurasia
Huntington, el sub-Lewis, no incluyó a Rusia en “Occidente”. El Departamento de Estado revisionista siguió sus pasos. De lo contrario, ¿cómo podría justificarse el “Nixon en reversa”? (“Nixon en reversa”, recordemos, es la recomendación que Kissinger le hizo al presidente Donald Trump: Aplicar el divide y conquistar entre Rusia y China –pero esta vez seduciendo a Rusia).
A un Pentágono revisionista también se le ocurrió el concepto “Indo-Pacífico”. La única justificación para la amalgama es que estas dos zonas deben ser conducidas bajo una política exterior sujeta a la hegemonía estadounidense.
La lógica es siempre dividir, conquistar y el choque de civilizaciones, divisiones que provoquen el caos en toda Eurasia.
Pero esta estrategia se está aplicando en el contexto de una coyuntura histórica crucial y nueva: la era en que el BRI se está configurando como la hoja de ruta para la progresiva integración euroasiática.
¿Quo vadis, humanidad?
No es difícil detectar la más leve de las sonrisas en los rostros de los estrategas chinos cuando examinan “El Gran Cuadro”, desde el punto de vista de 5,000 años de civilización. El Occidente cristiano como la única hoja de ruta para liberar a la humanidad del mal —de hecho, la base de la Pax Americana— se considera, en el mejor de los casos, como una ficción divertida.
Esa ficción ahora parece absolutamente peligrosa, revolcándose en el excepcionalismo y la demonización de “El Otro” en innumerables formas. El Otro, desde la República Islámica de Irán hasta la China atea, sin mencionar la Rusia “autocrática” —o la Venezuela “comunista”—, califica automáticamente como una manifestación del “mal”.
China, por el contrario, es politeísta, pluralista, multipolar —que abarca el confucianismo, el budismo y el taoísmo. Esto se refleja en el impulso actual hacia un sistema mundial multipolar. Lo que importa es la unidad en la multiplicidad —como lo destacó Xi en su discurso de apertura. En él, encontramos a China y Persia, dos civilizaciones antiguas —no vinculadas por accidente a la antigua Ruta de la Seda— que piensan por igual.
Una crisis de la civilización
Luego está el estado espantoso del planeta, que empequeñece el espantoso espectáculo actual de la locura política. El geógrafo de UCLA y autor de best sellers mundiales, Jared Diamond, no está siendo terriblemente preciso, pero estima que existe un 49% de probabilidades “de que el mundo tal como lo conocemos colapsará en el 2050 aproximadamente”.
Según lo resumió el autor Nafeez Ahmad: “Durante los últimos 500 años, más o menos, la humanidad ha erigido una civilización de “crecimiento sin fin” basada en un mosaico particular de cosmovisiones ideológicas, valores éticos, estructuras políticas y económicas, y comportamientos personales. Este es un paradigma que eleva la visión de los seres humanos como unidades materiales desconectadas, atomistas y en competencia, que buscan maximizar su propio consumo material como el mecanismo principal para la auto-gratificación”.
Lo que estamos viviendo ahora no es un choque de civilizaciones; Es una crisis de la civilización.
Si el paradigma en la que la mayoría de la humanidad apenas sobrevive no se modifica —y hay muy pocas pruebas de que pueda suceder— no quedarán más civilizaciones que enfrentar.
Pepe Escobar es un analista geopolítico independiente, escritor y periodista. Escribe para The Roving Eye, Asia Times Online, y trabaja como analista para RT, Sputnik News y Press TV. Anteriormente trabajó para Al Jazeera.
Texto original: https://www.asiatimes.com/2019/05/article/clash-of-civilizations-or-crisis-of-civilization/
Traducción: A. Mondragón
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