Cómo la bioseguridad permite el neofeudalismo digital

Por Pepe Escobar
El maestro y pensador italiano Giorgio Agamben ha estado a la vanguardia —controversial— examinando que un nuevo paradigma puede estar emergiendo de nuestra actual crisis pandémica.
Recientemente llamó la atención sobre un extraordinario libro publicado hace siete años, que ya lo ha expuesto todo.
En “Tempetes Microbiennes“, Patrick Zylberman, profesor de Historia de la Salud en París, detalló el complejo proceso a través del cual la seguridad sanitaria, hasta ahora al margen de las estrategias políticas, se estaba colando en el centro del escenario a principios de la década del 2000. La OMS ya había sentado el precedente en el 2005, advirtiendo sobre “50 millones de muertes” en todo el mundo causadas por la gripe porcina entrante. En el peor de los casos previstos para una pandemia, Zylberman predijo que el “terror sanitario” sería utilizado como un instrumento de gobierno.

Un confinamiento injustificado
Ese terrífico escenario ha sido renovado mientras hablamos. La noción de un confinamiento obligatorio generalizado no está justificada por ninguna razón médica, ni por las investigaciones epidemiológicas más avanzadas, cuando se trata de luchar contra una pandemia. Sin embargo, eso fue consagrado como la política hegemónica —con el inevitable corolario de innumerables masas sumergidas en el desempleo. Todo ello basado en modelos matemáticos fallidos y delirantes del tipo del Imperial College, impuestos por poderosos grupos de presión que van desde el Foro Económico Mundial (FEM) hasta la Conferencia de Seguridad de Múnich.
Para comenzar, el Dr. Richard Hatchett, un ex miembro del Consejo de Seguridad Nacional durante la primera administración de Bush Jr., que ya recomendaba el confinamiento obligatorio de toda la población allá por el año 2001. Ahora Hatchett dirige la Coalición para Innovaciones en la Preparación ante Epidemias (CEPI), una entidad muy poderosa que coordina la inversión mundial en vacunas, y muy cercana con la Industria Biofarmacéutica (IB). El CEPI es una idea del WEF en conjunto con la Fundación Bill y Melinda Gates.

Se remonta a la guerra contra el terrorismo
Es crucial entender que Hatchett considera la lucha contra Covid-19 como una “guerra“. La terminología —adoptada por todos, desde el Presidente Trump hasta el Presidente Macron— revela el juego. Se remonta a —qué más— a la guerra global contra el terrorismo (GWOT), como fue solemnemente anunciada en septiembre del 2001 por el propio Donald “Desconocido Conocido” Rumsfeld.
Y es crucial entender que Rumsfeld ha sido el presidente del gigante de la biotecnología Gilead. Después del 11-S, en el Pentágono, se puso a trabajar con el objetivo de desdibujar la distinción entre civiles y militares en lo que se refiere a la GWOT. Fue entonces cuando con Hatchett, entre otros actores clave, se conceptualizó el “confinamiento obligatorio generalizado”.

Militarización social y bioterrorismo
Aunque este era un concepto militarizado de la IB, no tenía nada que ver con la salud pública. Lo que importaba era la militarización de la sociedad estadounidense que se adoptaría en respuesta al bioterrorismo —en ese momento atribuido automáticamente al escuálido grupo de Al-Qaeda, carente de tecnología.
La versión actual de este proyecto —estamos en “guerra” y cada civil debe quedarse en casa— toma la forma de lo que Alexander Dugin ha definido como una dictadura médico-militar.
Hatchett forma parte del grupo, junto con el omnipresente Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas (NIAID), muy cercano a la OMS, el FEM y la Fundación de Bill y Melinda Gates, y Robert Redfield, director del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de EE.UU.
Otras aplicaciones incorporadas en el proyecto incluirán la vigilancia digital integral, vendida como control de la salud. Ya se ha implementado en la narrativa actual de la demonización continua de China, “culpable” de todas las cosas relacionadas con el Covid-19. Eso es heredado de otro juego de guerra probado y comprobado —el esquema del Amanecer Rojo.

Muéstrame tu fragilidad
Agamben hizo la cuadratura del círculo: no es que los ciudadanos de todo Occidente tengan derecho a la seguridad sanitaria; ahora están obligados jurídicamente (la cursiva es mía) a estar sanos. Eso, en pocas palabras, es de lo que se trata la bioseguridad —como un esquema de control social.
Así que no es de extrañar que la bioseguridad sea un paradigma de un gobierno ultraeficiente. Los ciudadanos se lo tragaron hasta la garganta sin ningún tipo de debate político. Y su cumplimiento forzado, escribe Agamben, mata “cualquier actividad política y cualquier relación social como el máximo ejemplo de participación cívica”.
Lo que ya estamos experimentando es el distanciamiento social como modelo político (la cursiva es mía) —con una matriz digital que reemplaza a la interacción humana, que por definición, a partir de ahora, se considerará fundamentalmente sospechosa y políticamente “contagiosa”.

El nuevo paradigma de bioseguridad
Agamben tiene que estar consternado por este “concepto para el destino de la sociedad humana que, en muchos aspectos, parece haberse tomado prestada de las religiones en decadencia la idea apocalíptica del fin del mundo”. La economía ya había reemplazado a la política —como en todo lo sometido a los dictados del capitalismo financiero. Ahora la economía está siendo absorbida por “el nuevo paradigma de bioseguridad al que todo otro imperativo debe ser sacrificado”.
¿Cómo luchar contra ello? Se dispone de un armamento conceptual, como los cursos de biopolítica impartidos por Michel Foucault en el College de France entre 1972 y 1984. Ahora se pueden consultar a través de una plataforma descentralizada creada por un colectivo que se autodenomina “the crayfish” (el cangrejo), que “avanzan lateralmente”: un concepto que hace justicia al maestro rizomático Gilles Deleuze.

El antídoto para los Cisnes Negros
El concepto de Antifrágil de Nassim Taleb también es bastante útil. Como él explica, “El Antifrágil es el antídoto para los Cisnes Negros”. Bueno, el Covid-19 era una especie de Cisne Negro: después de todo las élites que deciden los destinos del mundo (occidental) sabían que algo así venía inevitablemente —incluso cuando los políticos occidentales de poca monta, especialmente, fueron atrapados totalmente desprevenidos.
Antifrágil sostiene que debido al miedo (muy evidente ahora) o a la “sed de orden” (natural en cualquier poder político) “algunos sistemas humanos, al perturbar la lógica invisible o no tan visible de las cosas, tienden a exponerse al daño de los Cisnes Negros y casi nunca obtienen ningún beneficio. Se obtiene un pseudo-orden cuando buscas orden; pero sólo obtienes una cierta medida de orden y control cuando abrazas la aleatoriedad”.
La conclusión es que “en el mundo del cisne negro, la optimización no es posible. Lo mejor que se puede lograr es una reducción de la fragilidad y una mayor robustez”.
No hay evidencia, hasta ahora, de que una “reducción de la fragilidad” en el sistema mundial actual lleve necesariamente a una “mayor robustez”. El sistema nunca ha demostrado ser tan frágil. Lo que sí tenemos son muchos indicios de que el colapso del sistema está siendo reajustado, a una velocidad vertiginosa, hacia un neo-feudalismo digital.

Perdido en una cuarentena biopolítica
Byung-Chul Han, el filósofo surcoreano que enseña en Berlín, ha tratado de exponerlo todo. El problema es que es demasiado rehén de una visión idealizada del liberalismo occidental.
Byung-Chul Han tiene razón cuando señala que Asia luchó contra el Covid-19 con un rigor y una disciplina inconcebibles en Occidente, algo que he seguido de cerca. Pero luego evoca el sistema de crédito social chino para montar un ataque a la sociedad china de la disciplina digital. El sistema permite incuestionablemente la vigilancia biopolítica. Pero todo se trata de matices.
El sistema de crédito social es como la fórmula del “socialismo con características chinas”; un híbrido que sólo es efectivo cuando responde a las complejas especificidades de China.
El laberinto de cámaras de vigilancia de reconocimiento facial; la ausencia de restricciones a los datos intercambiados entre los proveedores de Internet y el poder central; el código QR que indica si eres “rojo” o “verde” en términos de infección; todos estos instrumentos se aplicaron —con éxito— en China, en beneficio de la salud pública.

Una interminable cuarentena biopolítica
Byung-Chul Han se ve obligado a admitir que eso no sólo ocurre en China; Corea del Sur —una democracia de estilo occidental— está incluso considerando que las personas en cuarentena deberían llevar un brazalete digital. Si hablamos de los diferentes modelos asiáticos utilizados para luchar contra Covid-19, el matiz es la norma.
El espíritu y la disciplina colectivista de todo el continente asiático —especialmente en las sociedades de influencia confucianista— funciona independientemente del sistema político. Al menos Byung-Chul Han admite que “todas estas particularidades asiáticas son ventajas sistémicas para contener la epidemia”.
No se trata de que la sociedad disciplinaria asiática sea considerada como un modelo para Occidente. Ya vivimos en un Panóptico digital global (¿dónde está Foucault cuando lo necesitamos?) La vigilancia de las redes sociales —y la censura— desplegada por los gigantes de Silicon Valley ya ha sido internalizada. Todos nuestros datos como ciudadanos son traficados y comercializados instantáneamente para beneficio privado. Así que sí; el neo-feudalismo digital ya estaba en vigor incluso antes de Covid-19.
Llámalo turboneoliberalismo de vigilancia. Donde no hay una “libertad” incorporada, y todo se logra por medio de la servidumbre voluntaria.
La vigilancia biopolítica es sólo una capa más, la última frontera, porque ahora, como nos enseñó Foucault, este paradigma controla nuestros propios cuerpos. El “Liberalismo” ha sido reducido a la nada y ha muerto hace mucho tiempo. El punto no es que China pueda ser el modelo para Occidente. El punto es que podemos haber sido condicionados para una interminable cuarentena biopolítica sin siquiera notarlo.

Pepe Escobar es un analista geopolítico independiente, escritor y periodista. Escribe para The Roving Eye, Asia Times Online, y trabaja como analista para RT, Sputnik News y Press TV. Anteriormente trabajó para Al Jazeera.

Fuente: https://www.strategic-culture.org/news/2020/05/15/how-biosecurity-is-enabling-digital-neo-feudalism/
Traducción: A. Mondragón

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