La tragedia del COVID-19 parece estar entrando en la fase de contención. Decenas de miles han muerto en EE.UU., y los estadounidenses están ahora desesperados por tener a políticos, realmente sensatos, que tengan el coraje de ignorar el pánico y confiar en los hechos.
Por Scott Atlas, M.D.
Los líderes políticos deben examinar los datos acumulados para ver lo que realmente ha ocurrido, en lugar de seguir haciendo hincapié en proyecciones hipotéticas; deben combinar esa evidencia empírica con los principios fundamentales de la biología establecidos durante décadas; y luego restaurar cuidadosamente el país para que funcione.
Hay cinco hechos clave que están siendo ignorados por quienes, peligrosamente, piden que se continúe con el cierre casi total de la economía.
Hecho 1: La abrumadora mayoría de la gente no tiene ningún riesgo significativo de morir por el COVID-19.
El estudio más reciente de anticuerpos de la Universidad de Stanford, estima ahora que la tasa de mortalidad, si se infectan, es probablemente de 0.1 a 0.2 por ciento, un riesgo muy inferior a las estimaciones anteriores de la Organización Mundial de la Salud que eran 20 a 30 veces más altas y que motivaron las políticas de aislamiento.
En la Ciudad de Nueva York, el epicentro de la pandemia con más de un tercio de todas las muertes en EE.UU., la tasa de mortalidad para las personas de 18 a 45 años de edad es de 0.01 por ciento, es decir, 11 por cada 100,000 habitantes. Por otro lado, las personas de 75 años o más tienen una tasa de mortalidad 80 veces mayor. Para las personas menores de 18 años, la tasa de muerte es de cero por cada 100,000.
De todos los casos fatales en el estado de Nueva York, dos tercios fueron en pacientes mayores de 70 años; más del 95% eran mayores de 50 años; y cerca del 90 por ciento de todos los casos fatales tenían una enfermedad subyacente. De las 6,570 muertes confirmadas por COVID-19 investigadas a fondo por las condiciones subyacentes hasta la fecha, 6,520, o el 99.2%, tenían una enfermedad subyacente. Si usted no tiene una condición crónica subyacente, sus posibilidades de morir son pequeñas, sin importar la edad. Y los adultos jóvenes y los niños con una salud normal casi no tienen riesgo de ninguna enfermedad grave a causa de COVID-19.
Hecho 2: La protección de las personas mayores en riesgo elimina el hacinamiento en los hospitales.
Podemos aprender sobre la utilización de los hospitales a partir de los datos de la Ciudad de Nueva York, el semillero del COVID-19 con más de 34,600 hospitalizaciones hasta la fecha. Para los menores de 18 años, la hospitalización por el virus fue del 0.01% por cada 100,000 personas; para los de 18 a 44 años, la hospitalización es del 0.1% por cada 100.000. Incluso para las personas de 65 a 74 años, sólo el 1.7% fueron hospitalizados. De 4,103 pacientes con COVID-19 confirmados con síntomas lo suficientemente graves como para buscar atención médica, la Dra. Leora Horwitz del Centro Médico de la Universidad de Nueva York concluyó que “la edad es, de lejos, el factor de riesgo más fuerte para la hospitalización”. Incluso los primeros informes de la OMS señalaban que el 80% de todos los casos eran leves, y los estudios más recientes muestran una tasa de infección mucho más extendida y una menor tasa de enfermedades graves. La mitad de las personas que dan positivo en las pruebas de infección no tienen ningún síntoma. La gran mayoría de las personas más jóvenes y por lo demás sanas no necesitan una atención médica significativa si contraen esta infección.
Hecho 3: La inmunidad de la población que se previene con políticas de aislamiento total, solo prolonga el problema.
Sabemos por décadas de ciencia médica que la infección en sí misma permite a las personas generar una respuesta inmune —los anticuerpos— para que la infección sea controlada en toda la población a través de la “inmunidad de manada”. De hecho, ese es el principal propósito de la inmunización generalizada en otras enfermedades virales —para ayudar que la población de auto-inmunice. En este virus, sabemos que la atención médica ni siquiera es necesaria para la gran mayoría de las personas infectadas. Es tan leve que la mitad de las personas infectadas son asintomáticas, como lo demuestran los primeros datos del barco Diamond Princess, y luego en Islandia e Italia. Esto ha sido falsamente descrito como un problema que requiere un aislamiento masivo. De hecho, las personas infectadas sin enfermedad grave son el vehículo inmediatamente disponible para establecer una inmunidad generalizada. Al transmitir el virus a otros en el grupo de bajo riesgo que luego generan anticuerpos, bloquean la red de caminos hacia las personas más vulnerables, terminando finalmente con la amenaza. Extender el aislamiento de toda la población impediría que se desarrollara esa inmunidad generalizada.
Hecho 4: La gente está muriendo porque no se están realizando otros cuidados médicos, debido a proyecciones hipotéticas.
La atención médica crítica para millones de estadounidenses está siendo ignorada y la gente está muriendo para atender a los “potenciales” pacientes de COVID-19 y por temor a una propagación de la enfermedad. La mayoría de los estados y muchos hospitales detuvieron abruptamente los procedimientos y cirugías “no esenciales”. Eso impidió el diagnóstico de enfermedades que amenazaban la vida, como la detección del cáncer, las biopsias de tumores ahora no descubiertos y los aneurismas cerebrales potencialmente mortales. También se dejaron de aplicar tratamientos, incluida la atención de emergencia a enfermedades más graves. A los pacientes de cáncer se les aplazaron la quimioterapia. Se estima que el 80 por ciento de los casos de cirugía cerebral fueron omitidos. Los pacientes con derrames cerebrales agudos y ataques cardíacos perdieron sus únicas oportunidades de tratamiento, algunos murieron y muchos ahora enfrentan una discapacidad permanente.
Hecho 5: Tenemos una población en riesgo claramente definida, que puede ser protegida con medidas específicas.
La abrumadora evidencia en todo el mundo muestra consistentemente que un grupo claramente definido —personas mayores y otros con condiciones subyacentes— tiene más probabilidades de tener una enfermedad grave que requiera hospitalización y más probabilidades de morir a causa de COVID-19. Sabiendo eso, es un objetivo de sentido común y alcanzable el dirigir la política de aislamiento a ese grupo, incluyendo la estricta vigilancia de quienes interactúan con ellos. Los residentes de hogares de ancianos, que son los que corren mayor riesgo, deberían ser los más sencillos de proteger sistemáticamente de las personas infectadas, dado que ya viven en lugares confinados con un acceso muy restringido.
La política apropiada, basada en la biología fundamental y en las pruebas ya existentes, consiste en instituir una estrategia más centrada, como algunas de las que se han esbozado en: 1) Proteger estrictamente a los vulnerables conocidos; 2) Auto-aislar a los enfermos leves, y; 3) Abrir la mayoría de los lugares de trabajo y pequeñas empresas con algunas precauciones prudentes de los grandes grupos.
Esto permitiría que la socialización esencial genere inmunidad entre aquellos con un riesgo mínimo de consecuencias graves, a la vez que se salvan vidas, se evita el hacinamiento en los hospitales y se limitan los enormes daños agravados por el continuo aislamiento total. Dejemos de subestimar las pruebas empíricas, en lugar de utilizar modelos hipotéticos. Los hechos importan.
Scott W. Atlas, MD, es un David and Joan Traitel Senior Fellow en la Institución Hoover de la Universidad de Stanford y ex jefe de neuroradiología del Centro Médico de la Universidad de Stanford.
Traducción: A. Mondragón
Leave a Reply