
“No tengas miedo de renunciar a lo bueno para ir por lo grande”.
John. D. Rockefeller (1839 – 1937)
Nada será como antes. Hace cuatro años los Rockefeller dejaron el negocio petrolero que hoy está en una crisis total, y tenían una buena razón: El imperio petrolero que condujeron por 176 años pronto será cosa del pasado. Ellos ya tenían una gran evidencia en ciernes. El 2014, adelantándose al futuro de una nueva fuente de energía planetaria, Rusia y China trazaban el gasoducto “Fuerza de Siberia”, que se inauguró en noviembre de 2019 y que —dentro de la creación de su propio Capitalismo Histórico, según la definición de Immanuel Wallerstein— marcó uno de los hitos más importantes para la Gran Eurasia: su independencia energética lejos del petróleo. Unas semanas después de que el gasoducto comenzara a funcionar —cuando el coronavirus, no como causa sino como un catalizador, hizo desatar una crisis económica a escala global y cuyos efectos más críticos aún están por verse— la caída abismal de los precios del petróleo y su opaco futuro, en medio del caos mundial, reveló sin ambages porqué los Rockefeller renunciaron “a lo bueno para ir por lo grande” —el Nuevo Sistema Mundo que se avecina.
¿Usted aún lo duda? Bueno, Richard Haass, el presidente del influyente Council Foreing Affairs, confirmó lo que hasta hace poco era inimaginable para la mayoría: El aceleramiento de la historia vía el declinamiento del poder estadounidense: el umbral de la salida del mundo que conocimos.
Por Wilder Buleje y Alexandr Mondragón
Como un gran maestro de ajedrez que analizó todas las ramificaciones de un sorpresivo y complejo gambito en un imaginario duelo por el título mundial, los Rockefeller ejecutaron una jugada magistral en el gran tablero del poder mundial.
Hace cuatro años —cuando muy pocos podían imaginar la hecatombe sistémica que estamos viviendo hoy en día— los Rockefeller, como integrantes de la junta de accionistas de ExxonMobil, anunciaron su retiro de la emblemática transnacional y del negocio de los combustibles fósiles que ellos fundaron y lideraron a escala mundial por 176 años. ¿Por qué lo hicieron?
Cómo miembros de la élite anglosajona que ha dominado el mundo desde principios del siglo pasado, es fácil discernir que ellos —desde el laboratorio de sus analistas más calificados— tenían información privilegiada de lo que estaba por suceder en la industria de la energía de los fósiles en el mediano y largo plazo: su desplazamiento por una nueva fuente de energía limpia. ¡La cual no iba a estar bajo su control!
No solo eso, también fueron informados del cambio mayor, el del Sistema Mundo. Ellos han quedado como testigos y actores de una historia en tiempo real que no se repetirá en muchos siglos.
El oleoducto Fuerza Siberia
Así, cuando los Rockefeller tomaron la decisión de alejarse de una industria que ellos habían fundado a mediados del Siglo XIX y dominado sin rivales —a través de una compleja estructura industrial y financiera, simbolizada en el Petrodólar— una gran amenaza emergía. La peor de todas las pesadillas para quienes están acostumbrados a dominarlo todo, una nueva fuente de energía en manos de los rivales por el control de la Isla-Mundo —el magistral concepto que Halford Mackinder plasmó en 1904 y que delineó la historia del mundo desde aquel entonces.
¿Quiénes eran esos rivales? Dos años antes, el 2014, China y Rusia habían formalizado la construcción del gasoducto “Fuerza de Siberia”, que le daría autonomía energética a China y un ingente ingreso económico a Rusia. Es decir, uno de los mayores clientes petroleros del mundo dejaría de consumir enormes volúmenes de crudo y se enfocaría en el uso del gas como energía limpia. Esa realidad se concretó en noviembre del 2019, cuando el presidente chino Xi Jinping y su homólogo ruso Vladimir Putin, sin muchos aspavientos, inauguraron el gasoducto de 3,000 kilómetros de extensión entre ambas naciones.
Crónica de una Muerte Anunciada
Pero el control de la energía a escala global es tan solo una casilla en el complejo tablero geopolítico y geoeconómico. Los que los Rockefeller también sabían —o entendían— era que el sistema mundo que ellos controlaban, como parte de la elite anglosajona, también estaba entrando en su fase final tras cinco siglos de existencia, como ya lo había previsto el profesor Wallerstein. Por ende es fácil deducir que ellos ya tenían en sus manos la Crónica de una Muerte Anunciada del viejo Sistema Mundo Occidental, por lo que ejecutaron sus movidas claves para adelantarse a la historia que hoy vemos en nuestra propia experiencia —el fin del mundo que conocimos, controlado por la élite-mundo anglosajona.
Por eso —con la anticipación necesaria de lo que se venía en el futuro— la familia estadunidense más emblemática del mundo petrolero, y de las finanzas en general, incineró el legado de tres generaciones dedicadas en cuerpo y alma a imponer en el Siglo XX la contaminante matriz energética petrolera. Como si eso fuera poco, en un inaudito mea culpa, admitieron responsabilidad por ocultar información científica que alertaba sobre los efectos de esa industria sobre el clima y el medio ambiente.
El Mea Culpa de los Rockefeller
Textualmente dijeron: “Seríamos negligentes si no pudiéramos enfocarnos en lo que creemos que es la conducta moralmente reprensible por parte de ExxonMobil. La evidencia parece sugerir que la compañía trabajó desde la década de 1980 para confundir al público sobre la marcha del cambio climático, mientras que al mismo tiempo gastó millones para fortalecer su propia infraestructura contra las consecuencias destructivas del cambio climático y rastrear nuevas oportunidades de exploración a medida que retrocedía el hielo del Ártico”, según el comunicado que emitieron en el 2016.
Así, la cuarta generación de los Rockefeller anunció un cambio radical en la dirección de sus inversiones. Incluso Neva Rockfeller, bisnieta de John D., fundador de la dinastía más rica de Estados Unidos, donó sus acciones de ExxonMobil a un programa ambiental.
Anticipándose a la colisión tectónica
¿Por qué los accionistas mayoritarios de una empresa de esa magnitud, dueña de activos impresionantes, optaron por la auto aniquilación y lo anunciaron con énfasis? O ¿por qué renunciaron “a lo bueno”? ¿Tal vez “para ir por lo grande”?
Cómo señalamos antes, no resulta difícil discernir que a la luz de los análisis y la previsión de sus propios expertos y analistas, con una información propia, los Rockefeller dedujeron lo que cuatro años después aparece nítidamente en el horizonte: en medio de la colisión tectónica de la gran crisis económica —en la que el coronavirus solo fue un catalizador, más no la causa— el negocio petrolero ha visto su mayor descalabro con precios negativos y escalando hasta un misérrimo barril de diez dólares. ¿Cómo así? Para entender la clave, no sólo debemos limitarnos a la causa inmediata —el bajo consumo del petróleo a causa de la cuarentena económica— sino también a que el gas de la “Fuerza de Siberia” debilitó el circuito mundial del crudo. Esa megaobra los puso en jaque —porque es y será su gran competidor en el corto, mediano y largo plazo— y porque en medio de la gran crisis económica mundial que se avecina su consumo masivo será limitado. También porque los grandes jugadores como Rusia y Arabia Saudita están a un pasó de liquidar a la industria petrolera de Estados Unidos —como un preámbulo a la liquidación del Petrodólar y, por ende, de la hegemonía financiera y parasitaria del Imperio Anglosajón, como lo ha explicado en detalle el economista Michael Hudson.
Evitando el juicio de la historia
Así, los Rockefeller se alejaron a tiempo del juicio de la historia y retiraron su apellido antes del pandemonio de una industria esencial para la supervivencia del dólar como divisa de intercambio o del sueño imposible de la independencia energética para Estados Unidos. Tampoco serán asociados a la caducidad del contrato con la Casa Saud (Arabia Saudita), ni con el fin del estado de confort del país que devino en la primera potencia económica y militar de gran parte del siglo XX. Los Rockefeller anticiparon este presente incierto y optaron por un retiro estratégico.
Pero el petróleo, otra vez, es solo un casillero dentro del complejo ajedrez geopolítico que estamos observando hoy en día. La gran batalla se está jugando en múltiples frentes, pero con Occidente en retirada y replegándose de las primeras líneas. Mientras tanto el rival asoma para capturar el centro del tablero tras haber elaborado su propio capitalismo histórico —para citar al profesor Wallerstein— y enrumbarse a reemplazar paulatinamente al viejo sistema. ¿Cómo lo sabemos? O mejor dicho ¿cómo se está confirmando la historia de que el mundo ya no será como el que conocimos? Bueno los hechos —como evidencias irrefutables— y los voceros de los Amos del Mundo Occidental ya lo admiten.
Hablan los voceros de los Amos
A principios de abril Richard Haass —el presidente del Council on Foreing Affairs, la organización de la elite del mundo occidental que ha regido el mundo por más de un siglo— afirmó en un artículo de su autoría y en una entrevista con la BBC, el declive del poderío de Estados Unidos en la era post Covid-19 (ver aquí y aquí). Y no solo eso, dos semanas después de publicado el artículo de Haass, la revista The Economist —el vocero de la cábala de los Rothschild en la City of London— anunciaba en su portada —y a regañadientes en el artículo— que China podía estar ganando la competencia para asumir el rol de ser el nuevo Hegemón, tras el ya notorio declive de Estados Unidos en la era post Covid-19.
En este contexto, la movida de los Rockefeller y las admisiones de los voceros de los Amos del Mundo, son dos momentos profundamente simbólicos del largo proceso de desmontaje de la vieja estructura de poder anglosajón, que debe entenderse a la luz de lo que hemos denominado en este portal el reemplazo del viejo Sistema Mundo Occidental, de cinco siglos de existencia, por el Nuevo Sistema Mundo Euroasiático (NSME).
Richard Haass y la Realpolitik
Haass, presidente de la influyente CFR (fundada en 1921 y fuertemente impulsada por David Rockefeller, quien la presidió entre 1970 y 1985), apareció públicamente en un par de oportunidades en las últimas dos semanas, para puntualizar un concepto novedoso: la aceleración de la historia.
Detrás de ese membrete apunta lo siguiente: “El mundo que saldrá de la crisis será reconocible. Un liderazgo estadounidense menguante, una cooperación mundial vacilante, la discordia de las grandes potencias: todo esto caracterizaba el entorno internacional antes de la aparición de COVID-19, y la pandemia lo ha acelerado más que nunca. Es probable que sean rasgos aún más prominentes del mundo que sigue”.
Sin mencionar a los otros actores en el escenario mundial —y reafirmando lo que nosotros habíamos puntualizado en nuestra página, de que el coronavirus solo ha sido un catalizador de lo inevitable— Haass reconoce que Estados Unidos ingresa a un periodo de declive como primera potencia del orbe. El corolario, por defecto, es que otra u otras potencias ocuparán ese lugar de todas maneras. Es la teoría del vacío en política: cuando se produce la salida de un actor, de inmediato otro lo reemplaza.
Lo inevitable como la Ley del Péndulo
En este portal hemos sostenido —en virtud de los estudios históricos de Wallerstein, la asombrosa visión del geógrafo inglés John Mackinder, y las proyecciones del economista ruso Nikolai Kondratiev— que el poder emergente está integrado por China y Rusia —o lo que nosotros llamamos la Gran Eurasia, ajustando a la realidad actual el concepto original de Mackinder, que proponía la conquista del Heartland o Eurasia, para referirse al territorio continental de Rusia.
Por lo tanto, que Haass coincida en el punto más importante de nuestro análisis, el debilitamiento constante de Estados Unidos en las últimas décadas, abona hacia las conclusiones a las que arribamos en el ahora lejano 2017, con la publicación realizada por Alexandr Mondragón en La Tribuna Hispana: La Muralla Invisible.
Evidentemente, Haass abre un abanico de otras posibilidades sobre el futuro del planeta post Covid-19. Está en todo su derecho y merece el respeto intelectual por su aporte teórico. Acá nos reafirmamos en nuestra proyección inicial. Y nuestras razones no son simples afirmaciones del momento —como otros analistas y expertos lo están haciendo ahora que todo es evidente— sino sobre una base teórica y lógica inmutable —como ley del péndulo: «Todo fluye, fuera y dentro; todo tiene sus mareas; todas las cosas suben y bajan; la oscilación del péndulo se manifiesta en todo; la medida de la oscilación hacia la derecha es la medida de la oscilación hacia la izquierda; el ritmo compensa.»
Como una canción de Frank Sinatra
En 1967 Frank Sinatra grabó una bellísima canción llamada El Mundo que conocimos (The World Who Knew). Ese título aparece como premonitorio para la realidad que, poco a poco, va tomando forma. Las viejas raíces judeocristianas perdurarán, pero los menos añejos valores occidentales tendrán una vida más limitada y, como dice Alexander Dugin “Es mejor conceptualizarlos y comprenderlos de antemano —ahora mismo, mientras las cosas no se hayan vuelto tan críticas”.
En todo caso, el mundo que asoma aparece aún como una enorme interrogante. En estos momentos su concepción resulta impredecible —pero sin olvidar que unos pocos, desde hace mucho tiempo siempre lo han organizado y dirigido, como lo advirtió Edward Bernays en 1928. Sin embargo, con la información disponible ahora solo puede anticiparse que quienes liderarán las riendas del mundo integrarán Europa y Asia. Después, como objetivo de largo plazo, irán por la Isla-Mundo de Mackinder, dejando por ahora y de lado la 12ava parte: El Continente Americano. También impulsarán la matriz energética gasífera, facilitarán las comunicaciones a través de la tecnología 5G y otras superiores, usarán a su máxima capacidad la tecnología cuántica y la Inteligencia Artificial. Además, predominarán por mucho tiempo.
Pero también debemos tomar en cuenta lo que dice Kishore Mahbubani en su libro más reciente, “Has China Won?: The Chinese Challenge to American Primacy” (¿Ha ganado China?: El desafío chino a la primacía estadounidense), “mientras que los líderes chinos quieren rejuvenecer la civilización china, no tienen el impulso misionero de apoderarse del mundo y hacer a todos chinos” —en el pasado, cuando fueron un imperio, nunca lo hicieron, incluso después de haber llegado a lo que hoy es América, antes de Colón. Y aun así, “Estados Unidos está convencida a sí misma de que China se ha convertido en una amenaza existencial”.
El mundo que conocimos se desvanecerá en cada paso hacia el NSME. Solo quedará la memoria y quizá surja alguna nostalgia. Es la naturaleza inmutable del ser humano, su insatisfacción permanente en busca de una meta inalcanzable. También el afán de conducir y exhibir el poder de modificar el curso de la historia. Develar las incansables fuerzas detrás de esa motivación ha sido nuestro propósito.
Y finalmente, los cambios son inevitables porque, después de todo: “Nada está inmóvil; todo se mueve; todo vibra”.
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