El imperio del “Estado Profundo”

La policía secreta es una característica de las dictaduras, es la sabiduría convencional sobre el tema. En las democracias los agentes de la ley operan, en su mayor parte, de manera transparente y dentro de un conjunto de reglas y directrices, que limitan su capacidad para castigar a los ciudadanos que no han hecho nada malo. Si un agente de la ley que opera bajo el estado de derecho se sale de la línea, puede ser considerado responsable de sus actos ilegales. Bueno, eso también es lo que se cree.

Philip M. Giraldi

Pero ¿qué sucede cuando las fuerzas “democráticas” de la ley se corrompen y comienzan a hacer cosas que están fuera de su zona de responsabilidad, y lo hace en beneficio de una relación política que, a su vez, protegerá a quienes han violado la ley? Esa es la característica de lo que llamamos un “estado profundo”, donde las fuerzas, generalmente alineadas con la clase política y los servicios de seguridad, conspiran conjuntamente para controlar lo que el público puede saber, mientras manipulan las elecciones para asegurarse de que suceda el resultado “correcto”.

Es mucho más peligroso

De hecho, el “estado profundo” que opera en una democracia o república es mucho más peligroso que la policía secreta en una dictadura. Esto se debe a que en un sistema donde las fuerzas del estado son poderosas, casi todos esperan que lo que leen y lo que dice el gobierno sea una mentira. Donde el “estado profundo” tiene el control es a la inversa.
En un sistema democrático hay lo que los oficiales de inteligencia llaman una negación plausible, lo que significa que incluso cuando el gobierno se comporta mal, gran parte del público cree que —”su gobierno”— está actuando honorablemente, porque quieren confiar en que el sistema funciona. Y cuando el “estado profundo” incluye la gestión de los medios de comunicación, muchos ciudadanos también creerán que lo que están leyendo u oyendo es un informe honesto, incluso cuando no lo es.

Una policía secreta en acción

Debido a los eventos del año pasado en particular, muchos estadounidenses se han convencido de que ahora existe algo así como una policía secreta operando en EE.UU., conformada por una fusión de algunos personajes políticos —y sus operativos— con ciertos elementos politizados en los servicios de inteligencia y de seguridad. Por ejemplo, uno ve al presidente Donald Trump y su ex asesor de seguridad nacional Michael Flynn, y hay algo extraño en cómo han sido investigados y, en el caso de Flynn, atrapado legalmente para condenarlo por mentir al FBI y obligarlo a cerrar un trato con el Consejero Especial Robert Mueller, quien dirige una investigación sobre la intervención rusa en las pasadas elecciones.

Investigaciones politizadas

Considere cómo, aunque el encuentro con los rusos no era ilegal, Trump y sus asociados han sido sometidos a una investigación secreta por sus vínculos con Rusia, sin ninguna revelación aparte del hecho de que fue Israel, no Rusia, quien coludió para socavar la política de la Casa Blanca. Las payasadas del director del FBI James Comey, durante las elecciones primarias y la campaña electoral, en las que primero exculpó y luego se quejó de Hillary Clinton, y al mismo tiempo validó un dossier lleno de información cuestionable sobre las relaciones de Donald Trump con Rusia, proporciona una clara evidencia de una organización que perdió su rumbo y se convirtió en un agente politizado de una candidata corrupta y que cree que está por encima de la ley.
Y luego está el propio John Brennan, de la Agencia Central de Inteligencia, trabajando con el FBI para socavar a los Trump, excavando ilegalmente en la información de sus socios de inteligencia en Europa y Medio Oriente.

Características y factores

El imperio policial estadounidense tiene todas las características de la policía secreta en una dictadura. No es transparente en sus acciones, tiene un historial de flexibilizar las reglas para obtener convicciones, y sus oficiales rara vez son considerados responsables. También ha sido politizado. Y para estar seguro, uno debe reconocer que hay dos factores adicionales que impulsan el crecimiento y la transformación del estado de seguridad nacional en los EE. UU.
Primero es la intensa aversión que los altos niveles de las agencias de inteligencia y las agencias policiales estadounidenses tienen personalmente por Donald Trump, un desprecio que el propio Trump se haya ganado en gran parte por su desprecio hacia gran parte del gobierno que heredó. En segundo lugar está la cultura de “confiar en las autoridades” que ha crecido desde el 11 de septiembre, reforzada por el temor fabricado por el gobierno para justificar la extralimitaciones del ejecutivo, que ha sido permitido a través de la legislación antiterrorista que ha desatado la CIA, el FBI y la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) para actuar con impunidad sin sufrir consecuencias.

Philip M. Giraldi, Ph.D., es Director Ejecutivo del Council for the National Interest.

Traducción: A. Mondragón

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