Hace 21 años, cuando comenzó a escribir bajo el seudónimo de Spengler, su autor David P. Goldman, dice que “no podría haber imaginado lo que los teléfonos inteligentes y las redes sociales le harían a una generación”, que ha convertido el imperio virtual de Estados Unidos actividad que enerva y corrompe el carácter estadounidense, comparable a lo que hizo el Imperio Británico en la Guerra del Opio en el Siglo XIX.
Por Spengler
Esta serie de ensayos debutó en enero del 2000, con una meditación sobre las acciones tecnológicas en las bolsas de valores. Pronostiqué que —contrariamente a la sabiduría prevaleciente en ese momento— las acciones de Internet florecerán al alimentarse de la podredumbre moral de la sociedad que las subyace.
Ni en mi rumia más oscura podría haber imaginado la corrupción de toda una generación de jóvenes estadounidenses, a través de los teléfonos inteligentes y las redes sociales, como lo documenta el profesor Jean Twenge, de la Universidad de California, en San Diego. El link de mi ensayo inaugural, “¿Qué pasa si las acciones de Internet no son una burbuja?” está aquí.
La historia que da vueltas
Esto tiene una relación directa con la tesis del profesor Justin Yifu Lin de que China se encuentra hoy, con respecto a los Estados Unidos, como lo estaban los EE.UU. y Alemania con respecto a Gran Bretaña a fines del siglo XIX. Asia Times publicó un extracto del nuevo libro del profesor Lin el 11 de octubre.
China, sostiene el profesor, liderará la Cuarta Revolución Industrial —de la Inteligencia Artificial— del mismo modo que Estados Unidos y Alemania lideraron la Segunda Revolución Industrial.
Fue Gran Bretaña la que tenía la tecnología a finales del siglo XIX, no Estados Unidos. (Alemania inventó la industria química moderna y algunas características clave de la metalurgia moderna).
El gran robo de Edison
Thomas A. Edison NO inventó la bombilla, al contrario de la fábula contada a los escolares estadounidenses. El científico británico Joseph Swan inventó la bombilla, el laboratorio industrial de Edison probó miles de materiales hasta que descubrió que un filamento de bambú duraría diez veces más que los materiales anteriores y lo hizo comercialmente viable.
Edison participó en un flagrante robo de propiedad intelectual. Swan lo demandó con éxito por infracción de patente y ganó un gran acuerdo.
La corrupción del imperio
¿Por qué Gran Bretaña no comercializó la bombilla? La respuesta está en la corrupción del imperio. Los mejores y más brillantes de Gran Bretaña dejaron Eton y Harrow, y se dedicaron al servicio colonial, y amasaron fortunas con la venta de textiles británicos a la India, el opio indio a la China y el té y sedas chinos a Occidente.
Las casas de campo de Gran Bretaña se construyeron con el dinero rápido que se obtenía del imperio, y la clase alta británica evitó el trabajo sucio de la manufactura en favor de la falsa aristocracia de los nuevos ricos disfrazados de nobleza terrateniente. Los estadounidenses ambiciosos construyeron fábricas y los alemanes ambiciosos obtuvieron doctorados en química, mientras que los ingleses ambiciosos se fueron al este de Suez.
La maquinación de Wall Street
Estados Unidos no tiene un imperio en el antiguo sentido del mundo; cuando los estadounidenses ocupan países extranjeros, pierden dinero en lugar de ganar dinero. Pero los monopolios financieros y tecnológicos de Estados Unidos tienen el mismo efecto. Durante la década del 2000, los escritorios de derivados de Wall Street seleccionaron a los ingenieros más brillantes, y durante la década del 2010, las empresas de tecnología reclutaron a los ingenieros e informáticos más inteligentes.
Estados Unidos se gradúa apenas 40,000 ingenieros mecánicos cada año, lo que no es sorprendente si se tiene en cuenta que hace dos décadas los estadounidenses perdieron el interés en la fabricación.
El opio del siglo XXI
Los monopolios tecnológicos ofrecen recompensas más allá de la imaginación de la codicia y han concentrado la riqueza estadounidense en manos del menor número de personas en la historia. Y se alimentan de una cultura de hedonismo despreocupado, que valora la autoexpresión individual como una cuestión de dogma religioso —los selfies y los likes—, al tiempo que impone una conformidad viciosa sobre los jóvenes —Nota del Traductor: virtualmente parásitos, como en “Comienza el Juego”, el distópico film de Steven Spielberg.
Las redes sociales son el opio del siglo XXI, y los jóvenes magos de la tecnología que infestan Silicon Valley son los sucesores (a)morales de los jóvenes Etonianos que obligaron a la India a cultivar la droga y obligaron a China a comprarla.
La arrogancia de la elite
La élite tecnológica muestra una arrogancia —que avergüenza la idea de la “gran tarea del hombre blanco” del novelista Rudyard Kipling— creyendo que puede cambiar la naturaleza humana fusionando al hombre y la máquina a través de la inteligencia artificial, y que su éxito en cautivar a los jóvenes estadounidenses a través del entretenimiento, presagia un nuevo tipo de humanidad provocada por la ingeniería social.
Muchos de sus “doyens” —los amos de la élite tecnológica— creen que la conciencia humana se puede descargar en chips de computadora, logrando una especie de inmortalidad basada en el silicio. Su arrogancia y pretensiones superan a las de Alejandro y César. Tienen un desprecio por los valores hogareños de la familia y la nación que tejen las vidas de los estadounidenses comunes.
El imperio del sumidero
Es por eso que es probable que China emerja como la fuerza dominante en el mundo durante el Siglo XXI. No es que los chinos sean más inteligentes o innovadores. El imperio virtual de Estados Unidos se ha convertido en un sumidero para la empresa y el talento del país, y su espectacular rentabilidad se deriva de una actividad que enerva y corrompe el carácter estadounidense.
David Paul Goldman es un economista y autor estadounidense, mejor conocido por su serie de ensayos en línea en el Asia Times bajo el seudónimo de Spengler.
Texto original: https://asiatimes.com/2021/10/us-elites-imperial-corruption-compares-to-opium-war/
Fuente: A. Mondragón
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