Por Alastair Crooke
A medida que Estados Unidos se separa en dos sustancias distintas —una nación que se disuelve en dos— tal vez deberíamos prestar más atención a la psicología que subyace a esta segmentación, y no sólo a su “política”. Esto es vital para poder entender a los EE.UU.
Son dos estados mentales psíquicos que se desarrollan en todo el Oriente Medio y más allá —no tanto como una estrategia, sino más bien como una proyección de su psique interna. Esta proyección trata de demostrar su validación moral en el exterior, de una manera que no puede hacerse al interior de su propio país, ya que el equilibrio de fuerzas domésticas es tal que ninguna de las partes puede, como desearían, forzar a que el “otro” sea sumiso a su visión del mundo; ninguna de las dos partes puede prevalecer de manera decisiva.
Ni siquiera las elecciones de noviembre resolverán los asuntos de manera definitiva. Más bien, podría agudizar aún más la contienda.
¿Cuáles son los vectores clave de esta escisión? En primer lugar, que en EE.UU. los “hechos” ya no son tolerados como hechos. Los hechos como ideología, se han separado en dos campos irreconciliables, cada uno tratando de asfixiar al otro. Y, en segundo lugar, cualquier autoridad o la fuente de lo que se asevera como un hecho, en el mundo de hoy, ha desaparecido hace mucho tiempo. Hoy en día sólo vemos un “emotivismo” psíquico (en la formulación de Alasdair Macintyre), una y otra vez, el uno contra el otro. Mucho calor; nada de luz.
Un hiperpartidismo radical
Aquellos que no están de acuerdo —en cualquiera de los lados— son llamados con una serie de nombres peyorativos, pero que esencialmente indican que el otro es un “bárbaro” en el antiguo sentido romano: es decir, alguien que no importa; que no merece nuestra atención; un “charlatán” (Babbler, el significado original de bárbaro). Y peor aún: una gente que miente, que se rebajaría a usar cualquier medio ilegítimo, un sedicioso (por ejemplo, inconstitucional), para lograr sus fines ilícitos. Así es como ambas partes, a grandes rasgos, se ven mutuamente. Es el hiperpartidismo.
Esto no es realmente nuevo —ya lo sabíamos. ¿Pero qué tiene que ver esto con el Medio Oriente y más allá? Su importancia es que, en busca de la validación de una u otra de estas perspectivas psíquicas, una facción estadounidense está dispuesta a forzar —a la otra— a sumirse a la “rectitud” del mesianismo cristiano fundador de EE.UU., casi sin tener en cuenta las posibles consecuencias. Con este fin, una gran parte de Oriente Medio está siendo amenazada con un colapso social y económico.
El mesianismo de la “justa venganza”
En este razonamiento mesiánico, la razón o la diplomacia no servirán. Será descartado como un balbuceo. También es sorprendente que algunos funcionarios casi se alegren del dolor y el hambre que pueden causar. Su lenguaje revela los estratos implícitos de la religión en estas acciones: Hablan de “justa venganza”. Si el llamado “interés” de los EE.UU. —imperial— es acabar con el Hizbullah, derrocar al Presidente Assad de Siria o al gobierno revolucionario de Irán, entonces el interés de los EE.UU. también es que estas naciones enteras, sus pueblos, sufran un apocalipsis económico. Que así sea: Se lo tienen merecido.
Como un historiador americano, el Profesor Vlahos, describe la situación en los Estados Unidos: No sólo ha sido separado en dos naciones, sino que además ha sido dividido en dos sectas religiosas separadas, enfrentadas entre sí, pero ambas reflejando los lados polares del impulso religioso original de América. Una de ellas, (el partido actualmente en el poder), ve la identidad nacional enraizada en un EE.UU. de la era dorada de su fundación, que defiende la propiedad, el comercio y la libertad como derechos tradicionales heredados (por la gracia de Dios, en la cultura calvinista y protestante).
Los progresistas radicales
El otro (más en la vena apocalíptica), “mira al futuro”. Se llaman a sí mismos progresistas; ven la perfección y la pureza que les espera, miran el pasado como una mancha profunda y oscura —como un pasado imperfecto, bárbaro y primitivo que hay que desechar— y ve un futuro brillante y edificante que hay por edificar”. Ambas son visiones existenciales y conflictivas, explica el Profesor Vlahos, “diciéndonos cómo vivir; definiendo el bien y el mal, no hay lugar para el compromiso entre ambas” visiones —el “estás no nosotros o estás contra nosotros”.
El asesinato de George Floyd, sin embargo, ha encendido una incómoda tregua en llamas. El asesinato de Floyd se ha convertido en el símbolo icónico —superando su contenido específico— para —revelar en toda su magnitud y— comparar la profundidad e intensidad de las animosidades culturales de ambos lados —como lo fue el caso Dreyfus en Francia entre 1897-1899. En “La Torre Orgullosa”, Barbara Tuchman escribe que Dreyfus, un oficial judío sospechoso de espiar para los alemanes —que para empezar nunca fue una personalidad particularmente notable— se convirtió en una “abstracción” para sus partidarios y detractores. Ella resumió:
“Cada bando luchó por una idea, su idea de Francia: una la Francia de la contrarrevolución, la otra la Francia de 1789, una viendo su última oportunidad de detener las tendencias sociales y progresistas, y restaurar los viejos valores; la otra para limpiar el honor de la República, y preservarlo de las garras de los reaccionarios”.
El conflicto enquistado el 2016
Will Collins escribe en The American Conservative que “es difícil pensar en una comparación más adecuada con el momento actual. El lenguaje del conflicto existencial fue incorporado en la derecha americana durante las elecciones del 2016. Un ensayo ahora famoso, “La elección del vuelo 93″, comparó el voto por Donald Trump con un desesperado intento de retomar un avión secuestrado por los terroristas del 11-S. En la izquierda, el creciente liberalismo de la administración Obama había dado paso a algo más radical, una crítica profunda a las instituciones y la historia de los Estados Unidos que sugiere —y a veces dice abiertamente— que el cambio revolucionario es el único camino a seguir” —Nota del Traductor: Aunque, en su más profundo cinismo, el presidente que recibió el “Premio Nobel de la Paz” continuó con las guerras imperiales que su antecesor (el representante de “el otro” lado) comenzó en el Oriente Medio, después del 11-S.
Estas dos imágenes psíquicas conflictivas están definiendo no sólo el ámbito interno de los Estados Unidos, sino también la geopolítica mundial. Conscientes de estos cismas, los estadounidenses se agitan y se enojan fácilmente por la noción de que China o Rusia pueden abrir una brecha en el vacío —Nota del Traductor: O tomar el control del Sistema Mundo que los EE.UU. Imperial está en peligro de perder.
Las recientes sanciones sin precedentes contra los pueblos sirio y libanés (a través de la Ley César) son igualmente la efusión de una visión mesiánica estridentemente sostenida, aunque impugnada. Estas amplias sanciones están precisamente destinadas a perjudicar a la gente, incluso a matarla de hambre, o precipitarla a una guerra civil. Eso es lo que se pretende —el enviado de EE.UU. a Siria, James Jeffrey, celebró el hecho de que las sanciones de EE.UU. contra Damasco hayan “contribuido al colapso” de la economía siria.
La visión cruel de ambos lados
Esta es la tensión del momento: “buenos vs. malvados”. Porque un destino tan cruel es precisamente lo que muchos conservadores estadounidenses quisieran ver sobre aquellos compatriotas que actualmente ocupan la Zona Autónoma del Capitolio de Seattle (o ahora la “Zona de Protesta”, es decir, CHAZ) —y otras zonas liberadas o “campamentos de protesta”.
Les gustaría que se les cortara la electricidad, el agua y la comida. Porque esta es la contradicción interna de EE.UU.: Estos manifestantes de BLM odian la Edad de Oro de EE.UU.: consideran que esta última es una “mancha oscura”, una época primitiva bárbara que debe ser desechada. Al “partido de la Edad de Oro” le encantaría ver a los ocupantes de la CHAZ sumidos de hambre —sólo que no pueden. Provocaría una confusión interna en EE.UU., y un retorno a, muy probablemente, protestas más violentas.
Pero que la gente sin suerte de Siria, Líbano, Irak e Irán, sea sancionado hasta el olvido no es un problema para ambas facciones de EE.UU. Los habitantes del Oriente Medio están “moralmente manchados” en ambas “visiones” de los estadounidenses. Un partido de los Estados Unidos no puede soportar su rechazo de la visión “moral” justa de los Estados Unidos; y el otro ve a estas naciones residiendo en condiciones tan bárbaras, primitivas e imperfectas, que el derrocamiento del Estado (como lo intentó Obama en Siria) se hace inevitable y deseable. (La mayor parte de Europa cae también en esta última categoría, hiperpartidista, si se la presenta con un barniz de “liberalismo”).
Los amos meneando su “cola” radical”
Mirado a través de esta lente psicológica, Israel y los palestinos caen en un lugar diferente. Se trata de un “vicio ordinario” israelí: La mayoría de los estadounidenses de la “edad de oro”, por supuesto, ven a Israel como un camino paralelo al suyo. Hay una verdadera empatía. Pero no es así en la generación del “despertar” estadounidenses de más de 20 años que apoyan a BLM.
La ideología del “despertar” es radical. Ellos ven el movimiento de los derechos civiles de los años 1960’s como algo que ya está liquidado. Ahora no hay lugar para el compromiso: Los Estados Unidos es innatamente racista y opresivo. Sus principios fundadores deben ser arrancados de raíz y reemplazados. BLM está llevando a cabo esta lucha contra los principios fundadores de EE.UU., pero la lucha contra el imperio de EE.UU., son uno y lo mismo, dicen.
No está claro si la generación del “despertar” de más de 20 años, en alianza con BLM, ha logrado subordinar a la vieja generación liberal de líderes demócratas, CEOs y altos oficiales de policía y militares que últimamente se han arrodillado ante el altar de la agenda de BLM —o si BLM simplemente está siendo usado por estos últimos como una herramienta contra Donald Trump. Si lo último es cierto, no será la primera vez que los Amos del Universo han cooptado un movimiento radical y utilizarlo para sus propios fines, sólo para descubrir después que ellos —los amos— eran el perro “meneado” su “cola” radical. (En este contexto, me viene a la mente la historia del salafismo y sus yihadistas).
¿Se estrellarán contra la “inmunidad de la manada”?
La pregunta es una mera sutileza: Lo que es innegable es que el “despertar” está recorriendo partes de Europa y EE.UU. más rápido que la infección por el Coronavirus. Mientras que los israelíes aman la política de la diversidad, están asustados por el discurso liberal de BLM, sobre la lucha que se avecina contra el racismo y la opresión.
A menos que este “despertar” se estrelle contra una temprana “inmunidad de la manada” en Europa y EE.UU., su arrastre impactará a la región de maneras que no son previsibles en esta coyuntura, y probablemente inevitables. Los israelíes ya están mostrando un gran nerviosismo por la anexión en Cisjordania y el Valle del Jordán; y los Estados del Golfo liderados por los autoritarios EAU, se están preparando para salir del muelle de EE.UU. y están pidiendo una nueva plaza en un puerto israelí seguro.
¿Están sintiendo un cambio en el viento? ¿Buscando seguridad? ¿Su propia generación de más de más 20 en la región asimilará el espíritu de los “sublevados”?
Alastair Crooke Ex diplomático británico, fundador y director del Foro de Conflictos de Beirut.
Fuente: https://www.strategic-culture.org/news/2020/06/24/americas-psychic-scission-defines-global-politics-too/
Traducción: A. Mondragón
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