La historia nos enseña que las epidemias son más momentos reveladores que transformadores sociales.
Por Pepe Escobar
La ciudad azotada por la peste, atravesada por la jerarquía, la vigilancia, la observación, la escritura; la ciudad inmovilizada por el funcionamiento de un poder extenso que se ejerce de manera distinta sobre todos los cuerpos individuales –esta es la utopía de la ciudad perfectamente gobernada.
– Michel Foucault, Disciplina y Castigo
Observando previsiblemente la decadencia y la caída del Imperio Estadounidense, un serio debate académico se está desarrollando en torno a la hipótesis de trabajo del historiador Kyle Harper, según la cual los virus y pandemias –especialmente la plaga de Justiniano en el siglo VI– condujeron al final del Imperio Romano.
Bueno, la historia nos enseña que las epidemias son más momentos reveladores –del Imperio en decadencia– que transformadores sociales.
Patrick Boucheron, un historiador y profesor del estimado College de Francia, ofrece una perspectiva muy interesante. Por cierto, antes de la aparición del Covid-19, estaba a punto de comenzar un seminario sobre la Peste Negra medieval.
La visión de Boucheron del Decamerón de Boccaccio, escrito en 1350 y sobre los jóvenes aristócratas florentinos que huyeron a la campiña toscana para contar historias, se centra en el carácter de la peste como un “comienzo horrible” que destroza los vínculos sociales, provoca un pánico funerario y hace que todo el mundo se revuelque en la anomia.
Luego traza un paralelo histórico con Tucídides escribiendo sobre la plaga de Atenas en el verano del 430 AC. Llevándolo al límite, podemos aventurar que la literatura occidental comienza con una plaga –descrita en el Libro 1 de la Ilíada por Homero.
La descripción de Tucídides de la Gran Plaga –en realidad la fiebre tifoidea– también es un tour de forcé literario. En nuestro entorno actual, eso es más relevante que la controversia de la “Trampa de Tucídides”, ya que es ocioso comparar el contexto de la antigua Atenas con la actual guerra híbrida entre EE.UU. y China.
Tanto Sócrates como Tucídides, por cierto, sobrevivieron a la plaga. Fueron duros, y adquirieron inmunidad de su anterior exposición a la tifoidea. Pericles, el principal ciudadano de Atenas, no tuvo tanta suerte: murió a los 66 años, víctima de la plaga.
Una alegoría de la “comunidad internacional”
Boucheron escribió un libro inmensamente interesante, Conjurer la Peur (Conjurar el Miedo) contando la historia de Siena unos años antes de la Peste Negra, en 1338. Esta es la Siena retratada por Ambrogio Lorenzetti en las paredes del Palacio Público –uno de los frescos alegóricos más espectaculares de la historia.
En su libro, Boucheron escribe sobre el miedo político antes de que sea engullido por el miedo biológico. Nada podría ser más contemporáneo.
En la Alegoría del Mal Gobierno de Lorenzetti, la corte de la mala justicia está gobernada por un demonio que sostiene un cáliz envenenado (hoy en día ese sería el “veneno coronado” –o coronavirus). Los ojos del diablo están cruzados y uno de sus pies está sobre los cuernos de una cabra. Flotando sobre su cabeza encontramos Avaricia, Orgullo y Vanagloria (coinciden con los “líderes” políticos contemporáneos). Guerra, Traición y Furia se sientan a su izquierda (¿el Estado Profundo de los EE.UU.?) y Discordia, Fraude y Crueldad a su derecha (¿la financiación capitalista de casino?). La justicia está atada, y su balanza ha caído. Habla de una alegoría de la “comunidad internacional”.
Una imagen como hoy en día
Boucheron presta especial atención a la ciudad tal y como la describe Lorenzetti. Esa es la ciudad en guerra –en oposición a la ciudad armoniosa de la Alegoría del Buen Gobierno. El punto crucial es que es una ciudad despoblada, como nuestras ciudades en cuarentena ahora. Sólo circulan hombres armados y, como dice Boucheron: “Suponemos que detrás de los muros, la gente está muriendo”. Así que esta imagen no ha cambiado hoy en día –calles desiertas; bastantes ancianos muriendo en silencio en sus casas.
Boucheron hace entonces una sorprendente conexión con el frontispicio del Leviatán de Hobbes, publicado en 1651: “Aquí también hay una ciudad despoblada por una epidemia. Lo sabemos porque en los bordes de la imagen identificamos dos siluetas con picos de pájaros, que representan a los médicos de la peste”, mientras que la gente de la ciudad ha sido succionada hacia arriba, inflando la figura del monstruo estatal Leviatán que está muy confiado en el miedo que inspira.
La conclusión de Boucheron es que el estado siempre es capaz de obtener una resignación y obediencia absolutamente sin precedentes de la población. “Lo complicado es que aunque todo lo que decimos sobre la sociedad de la vigilancia es aterrador y cierto, el estado obtiene esta obediencia en nombre de su función más indiscutible, que es proteger a la población de la muerte lenta. Eso es lo que muchos estudios serios definen como ‘biolegitimidad'”.
Y añadiría, hoy, una biolegitimidad impulsada por la servidumbre voluntaria generalizada.
La biopolítica y el estado de excepción
Se puede decir que Michel Foucault fue el principal cartógrafo moderno de la sociedad de vigilancia derivada de Panopticon.
Luego está Gilles Deleuze. En 1978, Foucault declaró que, “quizás, un día, este siglo se llamará el siglo de Deleuze”.
Bueno, Deleuze es en realidad más del siglo 21 que del 20. Fue más lejos que nadie estudiando las sociedades de control –donde el control no viene del centro o de la cima sino que fluye a través de la micro-vigilancia, incluso activando el deseo en todos de ser disciplinados y monitoreados: una vez más, la servidumbre voluntaria.
Judith Butler, hablando sobre la extraordinaria Necropolítica del teórico crítico Achille Mbembe de Sudáfrica, señaló cómo él “continúa donde Foucault lo dejó, rastreando la letal vida después de la muerte del poder soberano, al someter a poblaciones enteras a lo que Fanon llamó ‘la zona del no ser'”.
Así que gran parte del debate intelectual que tenemos por delante, tomando prestado de Fanon, Foucault, Deleuze, Mbembe y otros, tendrá que centrarse necesariamente en la biopolítica y el estado de excepción generalizado – que, como ha demostrado Giorgio Agamben, refiriéndose a Planet Lockdown, está ahora completamente normalizado.
No podemos ni siquiera empezar a imaginar las consecuencias de la ruptura antropológica causada por el Covid-19. Los sociólogos, por su parte, ya están discutiendo cómo el “distanciamiento social” es una abstracción, definida y vivida en términos bastante desiguales. Están discutiendo las razones por las que las potencias eligieron un vocabulario marcial (“encierro”) en lugar de formas de movilización guiadas por un proyecto colectivo.
La era de la Hafefobia
Y eso nos llevará a estudios más profundos de la Edad de la Hafefobia (el miedo a tocar o ser tocado): nuestra condición actual de miedo generalizado al contacto físico. Los historiadores tratarán de analizarla en conjunto con la evolución de las fobias sociales a través de los siglos.
No hay duda de que la exhaustiva cartografía de Foucault debe ser entendida como un análisis histórico de las diferentes técnicas utilizadas por los poderes públicos, para gestionar la vida y la muerte de las poblaciones. Entre los años cruciales de 1975 y 1976, cuando publicó Disciplina y Castigo (que figura en el epígrafe de este ensayo) y el primer volumen de Historia de la sexualidad, Foucault, basándose en la noción de “biopolítica”, describió la transición de una “sociedad soberana” a una “sociedad disciplinaria”.
Su principal conclusión es que las técnicas de gobierno biopolítico se extendieron más allá de las esferas legales y punitivas, y ahora están en todo el espectro, incluso alojadas dentro de nuestros cuerpos individuales.
El Covid-19 nos presenta una enorme paradoja biopolítica. Cuando los poderes que actúan como si nos estuvieran protegiendo de una enfermedad peligrosa, están imprimiendo su propia definición de la comunidad basada en la inmunidad. Al mismo tiempo, tienen el poder de decidir sacrificar parte de la comunidad (personas mayores abandonadas a su suerte, víctimas de la crisis económica) en beneficio de su propia idea de soberanía.
El estado de excepción al que están sometidas muchas partes del mundo representa ahora la normalización de esta paradoja insoportable.
Nuestro arresto domiciliario
Entonces, ¿cómo vería Foucault al Covid-19? Diría que esta epidemia radicaliza las técnicas biopolíticas aplicadas a un territorio nacional, y las inscribe en una anatomía política aplicada a cada cuerpo individual. Así es como una epidemia se extiende a toda la población medidas políticas de “inmunización”, que antes sólo se aplicaban –violentamente– a los que se consideraban “ajenos”, dentro y fuera del territorio nacional, soberano. [Nota del Traductor: Aunque en varios países latinoamericanos la violencia militar ha sido implantada para “proteger” a la sociedad del virus.]
Es irrelevante si el Sars-Covid-2 es orgánico; un arma biológica; o, al estilo de la teoría de la conspiración de la CIA, parte de un plan de dominación mundial. Lo que sucede en la vida real es que el virus se reproduce, materializa, extiende e intensifica –contra cientos de millones de persona– las formas dominantes de gestión biopolítica y necropolítica que ya existían. El virus es nuestro espejo. Somos lo que la epidemia dice que somos, y cómo decidimos enfrentarla.
Una nueva frontera necropolítica
Y bajo una turbulencia tan extrema, como señala el filósofo Paul Preciado, terminamos llegando a una nueva frontera necropolítica –especialmente en Occidente.
El nuevo territorio de la política fronteriza que Occidente ha estado probando durante años sobre “El Otro” –los negros, los musulmanes, los pobres, los inmigrantes– ahora comienza en casa. Es como si Lesbos, la isla de entrada clave para los refugiados en el Mediterráneo Oriental que vienen de Turquía, comienza ahora en la entrada de cada apartamento occidental.
Con un distanciamiento social generalizado, la nueva frontera es la piel de todos y cada uno. Los migrantes y refugiados eran considerados anteriormente como un virus, y sólo merecían ser confinados e inmovilizados [Nota del Traductor: Allí están como retrato para no olvidar, los niños inmigrantes enjaulados en Estados Unidos, cerca de la frontera con México, desde el régimen de Obama]. Pero ahora estas políticas se aplican a poblaciones enteras. Los centros de detención –donde se abolen los derechos humanos y la ciudadanía– son ahora centros de detención dentro de la propia casa.
No es de extrañar que el Occidente liberal se halla sumido en un estado de conmoción y pavor [Nota del Traductor: Para usar el nombre del bombardeo genocida al inicio de la invasión de Irak en el 2003.]
Pepe Escobar es un analista geopolítico independiente, escritor y periodista. Escribe para The Roving Eye, Asia Times Online, y trabaja como analista para RT, Sputnik News y Press TV. Anteriormente trabajó para Al Jazeera.
Texto original: https://asiatimes.com/2020/04/the-city-in-a-time-of-plague/?_gl=1*4wbz1p*_ga*YW1wLTJUNjRxdTg1Y3JpdnEzYUNvWWtKcVE.
Traducción: Alexandr Mondragón
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