Las gamberradas de Trump contra la “Larga Marcha” de China del Siglo XXI

El ataque del magnate-presidente contra Huawei, como parte de la Guerra Tecnológica y Comercial entre Estados Unidos y China, ¿ha sido un golpe magistral? Ni por un instante. Si se analiza el tablero en todo su espectro, es una jugada desesperada. Irónicamente, Trump no solo afectará a su propio bando, sino también ha provocado la movilización de 1,300 millones de chinos en una nueva “Larga Marcha”, dentro de la hoja de ruta estratégica para la integración Euroasiática hasta el 2049.
Por Alexandr Mondragón
El anuncio de la retirada de Google de los teléfonos móviles Huawei, ha sido anunciado en los medios occidentales como un Apocalipsis para los propietarios de los dispositivos Made in China, según lo anunciaron los medios globales y sus clones locales —aunque no se podía esperar menos de los mensajeros del pánico puesto que, como se ha reportado recientemente en un estudio de Rand, ya no informan sino que apelan al miedo y las emociones de su público consumidor —los Homo Videns.
Pero volviendo a la gamberrada de Trump, su frontal ataque contra Huawei como parte de la Guerra Tecnológica y Comercial entre Estados Unidos y China ¿ha sido un golpe magistral? Ni por un instante. Si se analiza el tablero en todo su espectro, se puede ver que la movida de Google, empujada por Trump —la mano detrás de la mano del jugador— es una jugada desesperada y que, irónicamente, afectará a su propio bando. Para entenderlo mejor, veamos esta guerra como un complejo juego de ajedrez político.

La Orden Ejecutiva contra Huawei
Cuando un ajedrecista se enfrenta ante una posición incierta, sino perdida, suele ensayar golpes tácticos para perturbar la sicología emocional del rival y, cómo se dice, pescar en río revuelto si el rival cae en la improvisación. Sin embargo ¿qué sucede si el rival se mantiene firme y responde con aplomo los desenfrenos tácticos del rival porque —como lo hacen los verdaderos campeones o las máquinas— lo ha previsto todo? Es más no sólo tienen una respuesta certera, sino varios planes por anticipado ante cualquier movida desesperada del rival.
Pues bien, eso es lo que está sucediendo en estos momentos en la Guerra Tecnológica entre EE.UU. y China, que ha entrado en una nueva fase de gran intensidad con el anuncio de la desconexión de Google de los teléfonos móviles fabricados por Huawei, luego de que Trump declaró una “emergencia nacional”, el 15 de mayo, y firmara una Orden Ejecutiva que prohíbe a las empresas de su país utilizar equipos de telecomunicaciones, fabricados por compañías que “representen riesgos para la seguridad nacional” —el eufemismo que utiliza el régimen de Washington para atacar a los que no se alinean a sus órdenes.
Y la orden tenía un objetivo, la prohibición total de los productos de Huawei y que el gigante chino no pueda implementar la tecnología 5G en EE.UU., aventajando así a sus competidores. O sea, para subrayar las contradicciones del presidente empresario, el “libre mercado” no vale nada ante el poder gubernamental del “camarada” Trump.

Jaques contra sus propias piezas
Sin embargo, como se ha comenzado a ver en otras partes del tablero, la movida de Trump se ve más como un movimiento desesperado y torpe —en medio de cinco guerras simultáneas. El presidente del Twitter, que se cree lo máximo como un personaje caricaturesco, hizo su movida sin calcular no solo las respuestas del rival, sino también el caos que puede provocar dentro de su propio campo.
Colocar a Huawei en una lista negra, no solo ha causado de que China responda con varias amenazas graves, como el alza de aranceles para los productos tecnológicos estadounidenses —por lo que Apple sería el principal perjudicado por su volumen de ventas en el mercado asiático— y cortar la exportación de las llamadas tierras raras, elementos imprescindibles para la fabricación de productos tecnológicos, desde que EE.UU. importa de China el 80 % de estos materiales. Y puede haber otras acciones.
Pero lo anterior es solo el golpe del otro lado, La ironía es que garrote de Trump contra el libre mercado amenaza las ganancias de empresas tecnológicas de EE.UU. y la pérdida de decenas de miles de empleos para los estadounidenses, como lo señala un reporte.

Las pérdidas para las empresas de EE.UU.
“Las empresas estadounidenses corren el riesgo de perder hasta $56 mil millones en ventas de exportación, durante un período de cinco años, dijo la Fundación de Tecnología de la Información e Innovación (ITIF, por sus siglas en inglés) en un informe publicado el lunes (20 de mayo). En el peor de los casos, tales restricciones podrían poner directamente en peligro cerca de 75,000 empleos”, según el reporte de Asia Times.
La razón es que las compañías de fabricación de procesadores en EE.UU. —Intel, Qualcomm, Xilinx y Broadcom— y los fabricantes de chips de memoria estadounidenses —Micron Technology y Western Digital— dejarán de suministrar sus productos a Huawei, en cumplimiento de la orden de Trump.
¿Será que a Trump y sus asesores se les escapó una cuestión muy simple? Sí los chips y las memorias Made in USA no pueden ser vendidos al mercado chino, entonces ¿a quienes se los van a vender? Peor aún, perderán ese mercado para siempre cuando, como ya lo han anunciado los propios chinos, las industrias tecnológicas del gigante asiático comiencen a fabricar sus propios chips y dejen de ser dependientes —o socios— del mercado estadounidense que perdería la guerra en el mediano y largo plazo, como bien lo señala Pepe Escobar.
“Huawei no es un peón sino la reina en el tablero de ajedrez de la guerra tecnológica. En un entorno en el que las empresas de IT (Información Tecnológicas) chinas están escalando rápidamente las filas en términos de registro de patentes científicas, Huawei ya es el primero entre sus iguales. Desde el conocimiento tecnocientífico hasta la investigación aplicada y las soluciones creativas del mercado, la tecnología de China representa una ‘amenaza’ concertada para la tecnología estadounidense. Este es el corazón del choque geopolítico y geoeconómico entre el hegemon y la superpotencia aspirante”, escribió Pepe Escobar en un reciente artículo en Asia Times.

La Pentaguerra del Siglo XXI
Entonces, como ya lo hemos mencionado en otro artículo, este ataque contra Huawei no solo es una escaramuza dentro de la compleja guerra tecnológica, es también una serie de jugadas dentro de uno de los cinco tableros de la Pentaguerra —o guerra de cinco frentes— que están lidiando EE.UU. contra China, en alianza con Rusia, por la hegemonía en la emergencia del Nuevo Sistema Mundo Euroasiático que se plasmará a lo largo del Siglo XXI.
Es una guerra geopolítica y geoeconómica, que se está dirimiendo en cinco frentes: económico, militar, monetario-financiero, diplomático y, sobre todo, tecnológico que no solo es la base, sino la herramienta decisiva, para combatir en todos los frentes.

Solo hay que recordar que a finales del 2017, el propio Trump anunció su Estrategia de la Seguridad Nacional de Estados Unidos, donde se detalla claramente que China —en alianza con Rusia— es un competidor estratégico y debe ser contenido, sin restricciones, en todos los frentes.

Interconectado en un ajedrez multidimensional
En este contexto solo hay que ver los cinco tableros del ajedrez geopolítico y geoeconómico, desde el 5G y la IA (Inteligencia Artificial), a la Guerra Comercial de las Tarifas, el desprendimiento del dólar como moneda de transacción entre China, Rusia y varios países amenazados por las sanciones económicas de EE.UU., hasta la Globalización 2.0, con el régimen de Washington evitando que las naciones de todo el mundo se unan a las Nuevas Rutas de Seda, o Belt and Road Initiative (BRI), “el concepto de organización de la política exterior para China en el futuro previsible y la hoja de ruta estratégica para la integración Euroasiática hasta el 2049”, según Escobar.
Y aunque son cinco tableros jugados en simultáneo, todo está interconectado como si fuera un ajedrez multidimensional. La guerra comercial del régimen de Trump, el bloqueo de Google a Huawei, la demonización del Belt y Road, el derrocamiento de gobiernos en países pivotes con reservas de materias primas claves —como Venezuela— y las amenazas de guerras nucleares —contra Irán—, son respuestas desesperadas de un Emperador díscolo. Y decimos desesperadas porque, a diferencia de China, el régimen de Washington —como la cabeza visible del ya obsoleto Sistema Mundo Occidental— no tiene propuestas innovadoras, frescas y, sobre todo, pacíficas para el resto del mundo.
Pero como bien lo anota Escobar: “Se trata del control de las cadenas de suministro del comercio global y la infraestructura tecnológica que servirá para crear la nueva red de producción industrial en toda Eurasia”, con el resto del mundo —con África y Latinoamérica, en particular— a la espera.

La movilización del pueblo chino
Ahora bien, para una guerra de una magnitud nunca antes vista en la historia —luchada en cinco grandes frentes simultáneamente— la base para pelearla es, sin lugar a dudas, los ejércitos con que se cuentan. Y no estamos hablando sólo desde el punto de vista militar —aunque sea la perspectiva— sino de los “ejércitos de ciudadanos” —unidos e identificados en su propia civilización, más que cultura— capaces de participar con todo su ingenio, trabajo incansable e identificación nacionalista, para ser parte de un solo ejército-nación. Y es aquí donde China —como se ha manifestado en su hiperdesarrollo de los últimos 30 años— parece tener una ventaja muy clara.
Esa ventaja la expresó inteligentemente el presidente chino Xi Jinping, quien evocó el mensaje de que la afrenta no es solo contra el gobierno o Huawei, sino contra el propio pueblo chino, como lo dejó claro en un discurso dado el miércoles 21 de mayo, al pedirle a su pueblo que se prepare para “una serie de situaciones difíciles” y para superar “importantes riesgos y desafíos”.
Es más, en su discurso —donde simbolizó el reto como una nueva “Larga Marcha”, en referencia al viaje que realizó el Ejército Rojo y que consolidó el liderazgo de Mao Zedong— Xi mencionó un listado de ocho puntos para el desarrollo de la región central de China, que consiste en facilitar el crecimiento de la industria manufacturera de calidad, mejorar la capacidad de innovación en campos clave, mejorar el entorno empresarial, emprender el marco y la transferencia de industrias emergentes, ampliar la apertura, mantener el desarrollo ecológico, aumentar la calidad de vida y optimizar las políticas y las instituciones.
Es decir, Xi no habló solamente como un presidente, sino como el Ejecutivo en Jefe de una Gran Corporación —China, Inc.— a sus más de 1,300’000,000 de ciudadanos-accionistas.
Como bien lo anota Escobar: “Lo que más importa es cómo Made in China está creando paquetes totales creativos, privilegiando el valor agregado para las empresas, ya que se dirige a una gran cantidad de clientes globales, privados y corporativos. Este proceso está en el corazón de Made in China 2025, cuyo objetivo es reducir la dependencia de la tecnología occidental y configurar a China como líder mundial en inteligencia artificial, servicios en la nube, Internet de las cosas (IoT), automatización industrial 4.0, biotecnología y aeroespacial. Adiós a la fabricación en masa a bajo costo. Hola a una nube de tecnologías emergentes”.

EE.UU. dividido y en quiebra
Ahora bien, Donald Trump ¿podría hacer un llamado similar a sus más de 300 millones de compatriotas y que estos sigan a pie firme la orden del Comandante en Jefe? Sí usted cree que sí, entonces es un fanático ciego de Mr. MAGA.
La gran diferencia entre ambos rivales es que China ha reaccionado como una civilización-estado, mientras que EE.UU. está a merced de los caprichos de un presidente que, a decir verdad, se representa el solo y no necesariamente a su pueblo que, por lo demás, no solo está dividido políticamente al extremo del odio, sino también como nación. Para quienes la conocen internamente, han vivido en ella, y rastrean sus pasos día a día, es claro que la población estadounidense —fraccionada en su paradójico Pluribus Unum— no solo no preparada para enfrentar un reto de semejante magnitud, peor aún sus tres últimas generaciones están más preocupadas en su narcisismo que, incluso, en librarse de sus propios problemas financieros.
Solo basta señalar como su clase media está colapsada en medio de bajos salarios y deudas exorbitantes, al margen de que los EE.UU. fue desindustrializado —con las corporaciones estadounidenses llevando los empleos a China—, mientras que el gobierno en sí está virtualmente quebrado —con un deuda de $21 millones de millones— y que —al margen de su poderío militar, hoy en día puesto en duda por el propio Pentágono— sobrevive por haber impuesto al dólar como la moneda global en los últimos 70 años —exportando su inflación monetaria al resto del mundo— pero cuya supremacía tiene los años contados.
En este contexto, los movimientos desesperados de Trump parecen ser los de un jugador que busca pescar en río revuelto con sus triquiñuelas, pero ante una civilización-estado de 1,300 millones de ciudadanos-accionistas, no tendrá chance.

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