En la misma semana, una cita en Beijing entre los líderes de China y Alemania, y otra en Vladivostok entre los mandatarios de Rusia e India, que son la continuidad de otros encuentros de alto nivel ocurridos en los últimos tres meses, dibuja el asomo del nuevo rostro del hegemón mundial y el colapso del liderazgo occidental admitido, ni más ni menos, por Emmanuel Macron, el presidente de Francia en la reciente Cumbre del G7.
Por Wilder Buleje
Los grandes medios de comunicación distraen al mundo con las jugadas desesperadas de Donald Trump en su guerra comercial con China; o apelan a la Montaña Rusa de las bolsas de valores en el mundo apenas él mensajea desde su Twitter; o las protestas por la “democracia” —ya sea en Venezuela o en Hong Kong, que solo son réplicas de las “revoluciones de color” fabricadas desde el Estado Profundo—. También cuenta la muerte de un multibillonario acusado de “pedófilo” y amiguísimo de varios “líderes mundiales”.
Sin embargo, lo que muy poco se ve y menos aún se comprende son los movimientos del complejo ajedrez geopolítico global, las declaraciones y las imágenes de otros líderes mundiales reales que, en las afueras de La Caverna de Platón, esculpen en piedra la nueva etapa histórica que está en plena evolución y que definirá no solo el presente siglo, sino también el nuevo milenio en la historia de la humanidad.
Como un cuadro de Rembrandt
Las imágenes hablan por sí solas. En la última Cumbre del G20 en Osaka (Japón) a fines de junio pasado donde la foto oficial parecía un retrato contemporáneo de La Ronda Nocturna de Rembrandt —o un adelanto de La Celebración de la Paz, de Bartolomeus van der Helst— donde los líderes de la Gran Eurasia estaban ubicados en un bloque mayoritario con la entonces jefa del Fondo Monetario Internacional en el trasfondo.
Otra fotografía de una reunión trilateral, en la misma cumbre, entre el presidente ruso Vladimir Putin, el primer ministro indio Narenda Modi y el presidente chino Xi Jinping. Nuevas postales de esta semana: los líderes de China y Alemania, en Beijing —con Ángela Merkel, a la cabeza de un poderoso grupo de industriales alemanes dispuestos a invertir en China—. Otra de los mandatarios de Rusia e India, en Vladivostok.
Es imposible no ver la formación de un nuevo sistema euroasiático —cuyas economías podrían abarcar tres cuartas partes de la población mundial— en plena efervescencia por forjar su independencia del sistema occidental —controlado a sangre y fuego por poderosos grupos económicos en comunión con el aparato militar de Estados Unidos— y presentar una alternativa ante la capitulación anunciada por el presidente francés Emmanuel Macron en la reciente Cumbre del G7.
“Repensar” el nuevo mundo
Macron recordó que el orden internacional surgido de la Segunda Guerra Mundial “se ha alterado de forma sin precedentes”, con la aparición de nuevas potencias como China e India, y ha advertido de que “estamos viviendo el fin de la hegemonía occidental en el mundo”. Por ello, ha considerado necesario “repensar” el orden internacional y el lugar que Francia y la Unión Europea ocuparán en ese nuevo mundo, postulando a su país como una agencia de buenos oficios ante un futuro en plena construcción.
Y la declaración del presidente francés no es poca cosa ya que, por su formación económica y la forma en que llegó al poder, opera como virtual vocero de la poderosa casa de los Rothschild, que son, parafraseando a Borges, una de las manos detrás de las manos de Dios.
Y en Vladivostok, Putin recalcó en forma muy elegante que “el liderazgo de Occidente toca a su fin”, dándole “crédito” a su homólogo francés. Y, dueño de la situación, comentó que no puede “imaginar que una organización internacional sea eficaz sin la participación de India y China”.
¿Cuál es el nuevo poder en ascenso?
Entonces, si la hegemonía de Occidente (Estados Unidos más Europa) declina, la pregunta lógica es: ¿Cuál es el nuevo poder en ascenso? Y la respuesta llega a través de las fotografías desde Osaka y Vladivostok: China y sus socios de una nueva alianza que era impensable hace tan solo unos años. Y la noticia ya no sale de un medio de comunicación ni de un periodista de investigación. No, ha sido el presidente francés quien la ha confirmado.
Nosotros, modestamente, ya habíamos ofrecido esta primicia en el 2017, cuando Alexandr Mondagrón (ver aquí y aquí) lanzó su artículo de la Muralla Invisible, el primero de una trilogía. Después de dos años esa primicia reluce como la noticia premonitoria del tercer milenio y confirma no solo el ascenso de China y sus socios euroasiáticos al primer plano del poder mundial, sino también marca el nacimiento de una nueva estructura de relaciones planetarias, un Nuevo Sistema Mundo, que precisamente da nombre a este website. Un NSM que, para ser claros, está recogiendo las gemas del viejo sistema y se prepara a demostrar —contra la “arrogancia” occidental “eurocentrista”, advertida por el profesor Immanuel Wallerstein— que desde la periferia marginal del viejo sistema es posible el nacimiento de un nuevo orden, a bordo de un nuevo tren bala.
Cuando Brasil perdió el tren
En este contexto, hay algunos antecedentes que ameritan una mirada. Una de ellas acaba de ser revelada recientemente por un protagonista de esta parte del mundo: Luis Inácio Lula da Silva, el sindicalista que llegó a ser presidente.
El expresidente de Brasil, ahora en la cárcel mientras corre un proceso político-judicial en su contra, ha señalado que él precisaba que su país realizara un pacto con China, en la misma escala que Rusia lo había conseguido.
Brasil, explicó Lula al periodista y escritor Pepe Escobar de Asia Times, interesaba al gigante asiático por: la capacidad de proveer alimentos, su enorme potencial energético y los avances tecnológicos.
Lula señaló que eso ocurrió cuando él ya estaba fuera del poder y Dilma Rousseff era la presidenta. La oposición de actores políticos y económicos brasileños, así como la dilación de la mandataria para adoptar una decisión impidió concretar ese acuerdo. Y no solo eso, en los corredores del poder en Washington DC, estaban ávidos de impedirlo.
Una ingenua confesión
Un error previo de Lula, aún como presidente, puso los ojos del Estado Profundo sobre él: en una cumbre presidencial, en Copenhague 2009, le comentó al mandatario estadunidense Barack Obama, que Brasil, junto con sus socios del BRICS, buscaría no depender del dólar. Era como decirle al agiotista que ya no usaría su papel moneda, porque creará otra con unos nuevos socios.
Una década después el sindicalista que llegó a presidente de la más grande nación sudamericana, comprobó su enorme ingenuidad detrás de barrotes infranqueables. Al menos no tuvo el destino fatal de otros “rebeldes” que pretendieron deshacerse del dólar —Saddam Hussein, Muammar Gadafi— o Hugo Chávez, quien quiso crear un Fondo Monetario Tropical. Ellos no vivieron para contarla.
Un anuncio de hace dos años
Volvamos al inicio de esta nota. Emmanuel Macron haciendo piruetas para actuar como diplomático y contorsionista. En el otro lado: Putin con Narendra Modi, y Xi Jinping con Merkel, después del show en Osaka. Un francés devaluado y los líderes de cuatro de las economías más grandes del mundo: China, Rusia, India y Alemania.
Macron habló del fin de la hegemonía de Occidente. Aquí desde el 2017 ya hablábamos de la irrupción de China y sus socios. Dijimos que el nuevo poder reposaba en Asia y que desde allí se construirían las vías para integrar Europa al más grande proyecto jamás realizado: La Nueva Ruta de la Seda y el nacimiento de la Gran Eurasia.
Hasta hace solo cinco años esta información estaba reservada a contados Think Tanks, algunas agencias especializadas de los principales gobiernos. Un puñado de líderes, como Lula, quien también recibió señales de los nuevos tiempos. Algunos acertaron en la elección, otros como el brasileño no terminaron de decidirse.
El futuro que llega desde el pasado
¿Cómo será ese Nuevo Sistema Mundo? Aún es prematuro saberlo y hay que dar por descontado que el viejo sistema —con el Estado Profundo como su brazo ejecutor— hará uso de todas las armas posibles para hacer colapsar el nuevo sistema, infiltrándose incluso dentro del “enemigo” o, quien sabe, para negociar lo que pueda en los momentos críticos.
No obstante, para tener una idea, o mejor aún una percepción, de los nuevos tiempos, debemos recurrir a la historia. No es la primera vez que China asume la hegemonía mundial. Para más señas, es la civilización-estado que más veces ha conducido a la humanidad en los últimos diez milenios. Ellos ya tenían un Imperio Comercial con características capitalistas, como el mismo Marco Polo lo dejó testimoniado en el Siglo XIII, cuando Europa aún escapaba de la Peste Negra y le quedaban aún varios siglos por recorrer antes de construir el Nuevo Sistema Mundo Occidental.
Y en este contexto no debemos olvidar a Chuang Tze cuando dijo: “Una corta vida no se puede comparar a una larga existencia”. El Sistema Mundo Occidental apenas tiene 500 años, en el mejor de los casos. China, no es poca cosa, tiene una existencia diez veces mayor como una civilización que —si nos tomamos el tiempo de comprender su historia— ha vivido muchas veces lo que Occidente apenas ha aprendido —y en muchos casos mal, al punto de usar un invento chino, la pólvora, para arrasar a continentes enteros. China jamás emprendió una conquista semejante, sino hoy en día todos estuviéramos hablando chino.
La preservación de una civilización-estado
Los chinos han esperado este momento con paciencia y tranquilidad, a lo largo de tres siglos, donde fueron sometidos pero jamás conquistados. Los errores de Occidente facilitaron la tarea en los últimos cincuenta años. En solo cuatro décadas años China pasó de la pobreza comunista a crear una riqueza capitalista. Hizo suyos los adelantos científicos, adaptó las novedades tecnológicas y llegó a la cúspide de las naciones más ricas.
En contraste a otras civilizaciones —o culturas con apariencia de civilizaciones— China ha sabido preservar a lo largo de su historia la unidad de su gente y su territorio, la preeminencia de su lengua, de su conocimiento y sabiduría, así como su independencia cultural —esa es la razón de su muro cibernético contra las redes de colonización mental occidental. Las demás civilizaciones y culturas sucumbieron ante la vesania de los conquistadores.
India, por ejemplo, fue desmembrada y hasta le impusieron una nueva lengua. América igual. En el norte arrasaron con las poblaciones originarias: sioux, aztecas, mayas y otras. En el sur aniquilaron a los Incas. De un tajo cortaron la transmisión de conocimientos ancestrales.
China evitó esa destrucción colonial. Soportó la guerra del opio, las invasiones de expediciones militares y religiosas. También le cercenaron territorios, pero ahora ya están de regreso al mapa original.
El nombre del nuevo poder ya se conoce, ha vuelto a su prominente escenario. Solo falta que la piedra esculpida con su nombre se termine de pulir y sea mostrada al mundo. Ya falta muy poco para que ello suceda.
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