Los “hambrientos” talla XXL

Los cupones de alimentos, la comida chatarra y la epidemia de obesidad

El gobierno de Trump, como parte de un proyecto de ley agrícola, está impulsando cambios radicales en el programa de cupones para alimentos. Las iniciativas de reforma, sin embargo, pueden ser descarriladas por activistas que exageran enormemente el hambre y retratan la ayuda alimentaria como el epítome de la justicia social. Pero esta ayuda del gobierno para las familias más necesitadas, ya ha realizado un enorme daño a la salud de los estadounidenses.

Por James Bovard / The Hill

Hoy en día, estos cupones están alimentando a 42 millones de personas. Y en este contexto, los activistas de Twitter crearon un hashtag #HandsOffSNAP, para bloquear cualquier intento de reforma. Pero, mientras los políticos retratan esta ayuda como un programa de nutrición —el Congreso le cambió el nombre a Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria, o SNAP, en el 2008—, en realidad son un cheque en blanco para comprar alimentos con abundantes calorías.
Los cupones de alimentos han sido, durante mucho tiempo, un desastre dietético. Walter Willett, presidente del Departamento de Nutrición de la Universidad de Harvard, observó: “Hemos analizado qué los receptores (de cupones de alimentos) están comiendo horriblemente. Es una dieta diseñada para producir obesidad y diabetes”. Un estudio de salud pública del 2017 descubrió que los beneficiarios de esta ayuda tenían el doble de probabilidades de ser obesos, que los que no lo reciben. Del mismo modo, un informe del USDA del 2015 reveló que los beneficiarios de los cupones tienen más probabilidades de ser obesos que los no elegibles (40% frente a 32%).

Una epidemia de obesidadLos cupones de alimentos son un rescate perpetuo para la industria de la comida chatarra. Un informe del USDA del 2016 reveló que los refrescos son el producto más común que se compra en los hogares con cupones para alimentos. Juntos, “bebidas endulzadas, postres, bocadillos salados, dulces y azúcar” representan el 20% de los gastos en estampillas para comida. Y sus beneficiarios consumen el doble de calorías diarias de bebidas endulzadas con azúcar, que los grupos de mayores ingresos (12% frente a 6%), según un estudio del 2015 en Preventive Medicine.
En este contexto, un programa federal diseñado a aumentar el consumo de calorías no tiene sentido, en un momento en que la obesidad es desenfrenada. El 44% de las mujeres de bajos ingresos son obesas; la tasa es aún mayor para los negros (56%) y los hispanos (49%).

La nebulosa “seguridad alimentaria”

Los cupones de alimentos están justificados para evitar el hambre, pero el gobierno federal ni siquiera intenta recopilar datos sobre cuántos estadounidenses pasan realmente hambre. La Academia Nacional de Ciencias instó al USDA a crear un medidor de hambre en el 2006, pero la agencia no ha hecho nada al respecto. En cambio, el USDA lleva a cabo encuestas anuales que miden una noción vaporosa sobre la “seguridad alimentaria”, que simplemente puede significar incertidumbre acerca de poder pagar comestibles en el futuro o no poder pagar los alimentos orgánicos que uno prefiere. Aunque el USDA insiste en que la encuesta no es una medida del hambre, sus resultados (y los de encuestas similares) se tuercen perennemente para maximizar el rechinar de los dientes.
Según la campaña Share Our Strength No Hungry Kids, “1 de cada 6 niños en los EE.UU. enfrenta hambre”. Según la Coalición Nacional para las Personas sin Hogar, “uno de cada cinco niños se acuesta y despierta con hambre”. Una encuesta sobre seguridad alimentaria publicada el mes pasado por la socióloga Sara Goldrick-Rah, de la Universidad de Temple, implica que el 36% de los estudiantes universitarios padecen hambre (el informe se titula “Todavía con hambre y desamparados en la universidad”). La táctica ayudó a estimular los titulares absurdos afirmando que su informe mostraba “hambruna” entre los estudiantes universitarios.

“Hambrientos” de talla XXL

Después de igualar los conceptos de inseguridad alimentaria con el hambre, los defensores de las ayudas reconocen que la inseguridad alimentaria está relacionada, paradójicamente, con el aumento de peso. A lo largo de la mayor parte de la historia humana, las personas hambrientas fueron retratadas como flacas, si no demacradas.
Pero hoy en día, una profusión de tallas de camisas XXL —entre las poblaciones de bajos recursos— es aparentemente una prueba de que se necesita más comida gratis que nunca. Culpar a la obesidad del hambre o la inseguridad alimentaria es una forma —bastante irónica— de que los defensores de los cupones absuelvan a millones de personas con sobrepeso por cada Big Gulp Pepsi que bebieron.
Sin embargo, un indicador mucho más preciso sobre el hambre de los estadounidenses está disponible a partir de datos internacionales. Las Naciones Unidas estimaron el año pasado que menos del 2.5% de los estadounidenses están desnutridos y que el 1.4% padecía inseguridad alimentaria severa. Este informe rastrea un análisis del 2012 de la Asociación Médica Estadounidense, que señaló que “siete veces más niños (de bajos ingresos) son obesos de los que están bajo-peso”.

Las cajas de alimentos de Trump

El gobierno de Trump propone reemplazar gran parte del programa de cupones de alimentos por cajas de alimentos preparadas por el gobierno. Aunque un programa similar ayudó a proteger a las personas contra el hambre severa, antes de la creación de cupones de alimentos, el cambio a la distribución de alimentos en este punto sería probablemente confuso, si no contraproducente.
Sería mucho más efectivo reformar los cupones de alimentos basados ​​en el programa Womens Infant Children, que proporciona cupones solo para alimentos relativamente y específicamente sanos. Un estudio de la Universidad de Stanford en el 2014 concluyó que prohibir el uso de cupones de alimentos para bebidas azucaradas evitaría que 141,000 niños engorden y salven a un cuarto de millón de adultos de la diabetes tipo 2. Restringir las compras de comida basura usando cupones (una popular reforma bipartidista con los gobernadores y alcaldes de la nación) tendría beneficios de salud mucho mayores.
Las últimas controversias en torno a los cupones de alimentos son un recordatorio de que la histeria es un pobre sustituto de hechos concretos. No hay un derecho constitucional para la comida chatarra gratis. Estados Unidos puede ayudar a los verdaderamente hambrientos sin crear una red de seguridad ilusoria, que haga más para estimular la obesidad que para mejorar las dietas.

Traducción: A. Mondragón

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