La deidad del fútbol jugó en la cancha mundial sin parar, tuvo una vida salvaje de altibajos vertiginosos y demoníacas caídas, siempre en el ojo de la tormenta.
Por Pepe Escobar
Su vida fue una ópera pop planetaria en marcha que marcó una era. Desde Somalia hasta Bangladesh, todos conocen los contornos básicos de su historia: el pibe de Villa Fiorito, un suburbio pobre de Buenos Aires (“Soy un habitante de los tugurios”), que elevó el fútbol a la categoría de arte puro.
Ser el rey del campo es una cosa. Jugar en la cancha global sin parar es un juego totalmente diferente. Las multitudes captaron instintivamente de qué se trataba –como si siempre estuviera emitiendo un zumbido mágico en una frecuencia más alta, más allá del Imperio de los Sentidos.
El ballet de todos los demonios
Los italianos, que saben un par de cosas sobre el genio estético, lo compararían con Caravaggio: una deidad pagana salvaje, humana, demasiado humana, que habita en luces y sombras, golpeando todos los mínimos una y otra vez mientras toda su vida se desarrollaba prácticamente en público: el vertiginoso ballet de todos los demonios internos estallando, escándalos familiares, divorcios, ríos de alcohol, dopaje, evasión de los recaudadores de impuestos, Himalayas de pólvora colombiana, innumerables indicios de muerte en medio de una alegría perpetua.
Personificó la continua danza macabra desde las Alturas del Olimpo con Más Dura Será la Caída: una fiesta andante – con sus endemoniados dribleos– de contradicciones salvajes, más allá del bien y del mal. Para tomar prestado, literalmente, de T.S. Eliot, era como un río, “un fuerte dios moreno – hosco, indómito e intratable”.
Alineándose con los despreciados
El difunto y gran Eduardo Galeano sí lo imaginó como una deidad pagana, como a uno de nosotros: “arrogante, mujeriego, débil. ¡Todos somos así! “El Pibe era el último dios sucio: “un pecador, irresponsable, presuntuoso, un borracho”. Él nunca podría “regresar a la multitud anónima de donde venía”.
Es posible que haya hipnotizado al mundo con la camiseta celeste de Argentina, pero su obra maestra, posiblemente, se realizó en tiempo real en el Napoli FC –el club italiano por excelencia de la clase trabajadora. Instintivamente, una vez más, se alineó con los desvalidos, los despreciados, el banquete de los mendigos, y como un David nato mató a los Goliats del norte –Juventus, Milán, Inter.
Anti-imperio –todo el camino
Nunca dejó de verse a sí mismo como un niño del barrio. Y eso forjó su política, su instinto siempre apuntando hacia la justicia. Siempre estuvo en el lado progresista de la historia –un tatuaje del Che en su brazo derecho, un tatuaje de Fidel en su pierna izquierda.
El Comandante Fidel fue como un padre sustituto. (Otro indicio del cielo: murieron en la misma fecha con cuatro años de diferencia). Abrazó a Hugo Chávez, Evo Morales y Lula. Y se consideraba a sí mismo “palestino”. Anti-imperio –todo el camino.
Por justicia poética, la Mano de Dios tuvo que entrelazarse, en un mismo partido, con el gol más espectacular de la historia. “¿De qué planeta vienes?” gritó el legendario narrador uruguayo en una emisora de radio argentina. El propio dios sucio más tarde reconoció que esos fueron un contragolpe doble contra los británicos por las Malvinas / Falklands.
“Hasta el final de los tiempos”
En “10.6 segundos”, ambientada en ese fatídico 22 de junio de 1986 en el Estadio Azteca de México, el escritor argentino Hernán Casciari se enfrascó en nada menos que una asombrosa actualización de “El Aleph”, del Buda de traje gris de Jorge Luis Borges. Eso pone la leyenda en piedra, resonando en la eternidad:
“El jugador sabe que ha dado cuarenta y cuatro pasos y doce toques, todos con la zurda. Sabe que la jugada durará diez segundos y seis décimas. Entonces piensa que ya es hora de explicarle a todos quién es él, quién ha sido y quién será hasta el final de los tiempos”.
Texto original: https://asiatimes.com/2020/11/maradona-the-fragile-god-of-the-global-south/
Traducción: A. Mondragón
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