“No tiene sentido que haya un hermoso mercado libre en la industria energética”, dijo el Secretario de Energía, Rick Perry, la semana pasada, mientras impulsaba un rescate gubernamental de las plantas de energía a carbón.
Por Robert Reich
Los republicanos, que durante años votaron en contra de los subsidios a la energía solar y eólica, argumentando que el “mercado libre” debería decidir nuestro futuro energético, ahora están ansiosos por que el gobierno subsidie el carbón.
La Agencia de Protección Ambiental de Trump también está eliminando las normas para la eliminación de la ceniza de carbón, dando a los productores de carbón otra gran ayuda. Como si esto no fuera suficiente, un ex cabildero de la industria del carbón acaba de convertirse en el Número Dos en la EPA. Si Scott Pruitt se va (una posibilidad creciente), el cabildero del carbón estará a cargo.
La banda de los Trumpsters
Mientras tanto, Trump está imponiendo un arancel del 30 por ciento a los paneles solares de China, aumentando así su costo para los propietarios y los servicios públicos estadounidenses. Los Trumpsters dicen que esto se debe a que China está subsidiando la energía solar.
Para Trump y su alegre banda de negadores del cambio climático, impulsar el carbón está bien. Ayudar a la energía solar es una interferencia injustificada en el mercado libre.
Como con tantas otras cosas, Trump está decidido a encaminar a Estados Unidos al revés.
Hasta hace aproximadamente una década, los Estados Unidos eran el líder mundial en energía solar. Los créditos federales de impuestos, junto con los estándares estatales de electricidad renovable, ayudaron a impulsar el boom.
Sagacidad industrial de los chinos
Entonces China decidió impulsar su propia industria solar. Los bancos controlados por el Estado prestaron a las compañías solares chinas decenas de miles de millones de dólares a bajas tasas de interés.
Las empresas chinas producen ahora tres cuartas partes de los paneles solares del mundo.
El éxito de China en la energía solar ha inspirado la nueva política industrial de alta tecnología de China: un plan de $300 mil millones para impulsar la posición de China en otras industrias de vanguardia, la llamada “Made in China 2025”.
Además de subsidiar estas industrias, China también le está diciendo a las compañías extranjeras (por lo general estadounidenses) que buscan vender sus productos en China, que deben fabricar sus dispositivos en China. Como cuestión práctica, esto a menudo significa que las empresas estadounidenses deben divulgar y compartir su tecnología con empresas chinas.
Más allá de la propiedad industrial
“Tenemos una tremenda situación de robo de propiedad intelectual”, dijo Trump, justo antes de subir la apuesta y amenazar a China con aranceles de $100 mil millones.
El robo de propiedad intelectual de China es problemático, pero el gran objetivo de la política industrial de China no lo es. Estados Unidos también tiene una política industrial. Simplemente no lo hacemos bien, y Trump tiene la intención de hacerlo mucho peor.
El gobierno de los Estados Unidos solía incubar nuevas tecnologías a través del Departamento de Defensa, destinando miles de millones de dólares a I + D (Investigación y Desarrollo) que se extendieron a usos comerciales.
De esto salió el Internet, las nuevas tecnologías de materiales y las células solares que ayudaron a impulsar a los Estados Unidos al espacio y, de paso, sembraron la industria solar comercial.
Dependiendo del Tío Sam
Las compañías estadounidenses de alta tecnología han seguido dependiendo indirectamente del gobierno, alimentándose de los adelantos de las universidades de investigación de Estados Unidos, junto con los ingenieros y científicos entrenados por esas universidades (piense en Stanford y Silicon Valley). Gran parte de esta investigación y capacitación está financiada por el gobierno de los EE.UU.
El presupuesto original de Trump habría recortado el financiamiento de la National Science Foundation y la investigación relacionada, en casi un 30 por ciento. Afortunadamente, el Congreso no estuvo de acuerdo.
Los estados haciendo negocios con China
Mientras tanto, los gobiernos federales, estatales y locales en los Estados Unidos gastan más de $2 trillones al año en bienes y servicios, lo que los convierte en los mayores compradores del mundo. Debido a las leyes de “compre estadounidense”, aproximadamente el 60 por ciento del contenido que compran debe ser hecho en los Estados Unidos.
Como señala Steven Greenhouse en la revista American Prospect de abril, algunos gobiernos estatales y locales están sacando una página del libro de China –atrayendo a empresas extranjeras a los Estados Unidos para que fabriquen productos de alta tecnología que sean buenos para el medioambiente y buenos para los trabajadores estadounidenses.
Como un ejemplo, Los Ángeles ha establecido un contrato con BYD, una empresa china que es el principal productor mundial de autobuses eléctricos con cero emisiones, para hacer sus autobuses en California.
Una política industrial retrógrada
La enorme fábrica de BYD, al norte de Los Ángeles, ya ha creado seiscientos empleos sindicalizados bien remunerados y doscientos empleos de cuello blanco.
Estados Unidos siempre ha tenido una política industrial. La verdadera pregunta es si es con visión de futuro (Internet, energía solar, autobuses sin emisiones) o hacia atrás (el carbón).
Trump quiere una política industrial retrógrada. Eso no es sorprendente, dado que todo lo demás que él y su administración están haciendo está diseñado para llevarnos hacia atrás.
Traducción: A. Mondragón
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