China emerge como el nuevo referente para las futuras generaciones. Dominio anglosajón languidece ante el nuevo poder mundial.
Por Wilder Buleje
El hombre pugna por una identidad precisa y maciza. Pretende que ese sello de origen lo ubique en algún punto preciso en el universo infinito.
Hasta hace poco una enorme porción del planeta afirmaba su condición de pertenecer a una civilización occidental con rasgos judeo-cristianos, cuya raíz religiosa tiene poco más de dos mil años y su molde liberal apenas doscientos años.
Esos eran las señas más importantes de la partida de nacimiento de quienes se movían dentro de una comunidad, en apariencia, predominante en la Tierra. Pero se olvidaron del otro lado del mundo. O, mejor dicho, sus “intelectuales” nunca comprendieron a cabalidad a una civilización que, al parecer, hiberno por unos tres siglos.
Bueno, los “orientalistas” occidentales intentaron entender las civilizaciones ajenas a la propias, pero cometieron un error que los chinos ya habían anticipado hace más de 2,000 años.
«Esas seis escrituras», repuso Lao-Tzu, «son el borroso rostro de los reyes muertos. No nos dicen nada acerca de la fuerza que guiaba sus pasos. Todas tus enseñanzas son como las huellas de los zapatos en el polvo: son las hijas de los zapatos pero no son los zapatos».
Occidente apenas escobilló el polvo de las huellas orientales, pero nunca comprendió la fuerza que las marcó y las guió. Y en los albores del Siglo XXI las vuelve a marcar, por todo el planeta.
Es así que una de las más trascendentes y vitales, la Civilización China, ha retomado el liderazgo que exhibió en grandes periodos de la prehistoria y de la historia humana.
Los grandes inventores del pasado siguen con su vena creativa en este presente. Y todo parece indicar que continuarán aferrados al timón de la innovación en los siglos venideros.
CAMBIOS Y MÁS CAMBIOS
China desechó a finales de la década de 1970 el inservible y traumático modelo comunista: una versión heterodoxa que mezcló la teoría Marxista Leninista con el pensamiento de Mao Tse Tung.
A partir de 1980 el capitalismo, como un modelo económico, impulsó el desarrollo del gigante asiático. Y he aquí la gran paradoja, la estructura vertical del Partido Comunista Chino calzó a la perfección con la arquitectura jerárquica que exige el liderazgo empresarial a gran escala.
Los chinos demostraron que el crecimiento en el modelo capitalista puede alcanzar índices impresionantes cuando una jefatura –un directorio estatal en su caso– elabora las grandes geoestrategias –teniendo en cuenta, por supuesto, las debilidades de su oponente– y toma decisiones para alcanzar objetivos fijados con claridad y determinación –y sin disparar una sola bala, invadir a otros países o colonizar monetaria y financieramente a otras naciones.
DEMOCRACIA Y CAPITALISMO, COMO EL AGUA Y EL ACEITE
En cambio, en Occidente, la democracia electiva se estrelló ante la contradicción del mercado en el que participan las mega-corporaciones-mundo con rígidas jerarquías piramidales.
El consenso de la política estaba en desventaja ante la dictadura intrínseca de las empresas, a la cual ha tratado de regularlas excesivamente como si fuera un régimen socialista.
Hombres como Bill Gates (Microsoft), Jeff Bezos (Amazon), Mark Zuckerberg (Facebook) mueven masas monetarias que superan a muchos países del orbe y su crecimiento no tiene límites. Sus súper éxitos comerciales sobrepasaron con exceso el PBI de muchos países y ahora mismo gozan de una autonomía económica y organizacional impresionante. Son las mega-corporaciones-mundo. Pero no tienen ni país, ni bandera.
También en Asia hay otros nombres tan o más importantes aún que los mencionados: Jack Ma (Alibaba), Ren Zhengfei (Huawei), Liu Chuanzhi (Lenovo).
Pero entre ambos grupos de milmillonarios hay un matiz: los occidentales responden a sus propios intereses, desconectados de las jerarquías políticas de sus naciones-estado. Los chinos han prosperado y seguirán creciendo en concordancia con el régimen de Xi Jinping y, por sobre todo, como una civilización-estado.
IDENTIDAD EN CUESTIÓN
La identidad del hombre occidental ha sido vulnerada en el ámbito material: el Capitalismo de Estado (China) ha superado al capitalismo liberal anglosajón. Se ha empañado el espejo en el cual se miraba Europa y América Latina. Y puede quebrarse.
Esa desazón lo hará reflexionar sobre los otros fundamentos de su ideología. En poco tiempo cuestionará la religión judeo-cristiana y los principales dogmas que creía inamovibles. Su identidad, su sello de origen, ha sufrido algunas fisuras. Tal vez se den cuenta que sus mentes han sido colonizadas e intenten salirse de la Neo Caverna de Platón.
El universo infinito lo volverá a inquietar. Se hará preguntas impensadas, buscará respuestas inimaginables. Será un periodo de caos al cual ingresa sin percibirlo. Y tal vez se den cuenta que los sabios chinos de la antigüedad sean los signos referentes en ese nuevo camino para ellos, mas no para los orientales.
El planeta tierra seguirá girando como hace millones de años, pero el mundo habrá dado una vuelta sin retroceso. Occidente cederá su hegemonía a China y su principal socio estratégico, Rusia.
EMERGE UN NUEVO TEJIDO
Y este episodio singular constituye el tejido que cada día dibuja nuevas formas y alcanza novedosas dimensiones. Somos espectadores privilegiados de un “momentum” irrepetible.
La riqueza cultural de esta circunstancia será inigualable. Por lo menos dos formas de pensamiento darán vida a otras perspectivas. El hombre podrá superarse a sí mismo y encontrar otras anclas de identidad más poderosas.
En simultáneo también se corre el riesgo que la flema autoritaria del poder omnímodo pueda asfixiar ese anhelo de libertad que subyace en el hombre. Una flema de la que Occidente tiene la patente.
SALIR HOY Y LLEGAR AL AYER
Es el cambio en su máxima expresión. El Nuevo Sistema Mundo está emergiendo en nuestras narices. El efecto más inmediato y visible: la predominancia de China en el terreno comercial, tecnológico y económico… para volver a un glorioso –y renovado– pasado milenario.
Será menester recordar a un sabio chino, Hui Tzu , quien ya previó esta circunstancia: “Intentó probar que el cielo es más bajo que la tierra; que las montañas están debajo de las playas; que el sol se pone al mediodía; que lo que está vivo al mismo tiempo está muerto; que uno puede salir hoy hacia Yueh y llegar ayer…”.
APUNTES NECESARIOS
Quienes en esta parte del mundo provienen de la segunda mitad del siglo XX vivieron en el núcleo del sistema capitalista anglosajón. El modelo parecía sólido y perdurable, pero China lo adaptó a su talla —ha extraído lo mejor de él— y —añadiéndole su propio conocimiento y entendimiento—consiguió un crecimiento imparable en solo dos décadas.
La condición de número uno como potencia económica apenas es el inicio de un proceso que buscará consolidarse en los próximos cincuenta años. China ha tomado las riendas y pasarán algunos siglos para que esta nueva realidad se modifique.
Los “millenials” de Occidente sufrirán un schock intercultural que era imposible de imaginar apenas hace cinco años. El futuro ideológico de esta parte del mundo aún es indescifrable y, enclaustrado en su Occidentalismo o Eurocentrismo, no parece estar preparado para el cambio sísmico que se avizora. Que no sea demasiado tarde para que se den cuenta.
El capitalismo en su máximo esplendor —Euroasiático— demostrará que el socialismo y el comunismo concebido por Carlos Marx y Federico Engels solo fue una teoría estéril con una praxis inservible —o tal vez fue un diagnóstico que sirvió a los capitalistas para enmendar los males de su tiempo, algo que no hicieron décadas después desoyendo a sus propios oráculos.
LA PARADOJA DEL MARXISMO
El marxismo pasará a la historia como el trabajo teórico de dos hombres ilustrados concebido para confundir a una gran porción de la humanidad —tal vez usado adrede por quienes financiaron secretamente las revoluciones de principios del Siglo XX— y a la postre —otra paradoja— propiciar el mantenimiento del status quo a punta de garrote y zanahoria, haciendo uso y abuso del “pánico” marxista-leninista.
China ha demostrado en la realidad que la propuesta de Marx y Engels fue apenas un bache en la historia. En sentido contrario —renaciendo su glorioso pasado comercial que, incluso, fue admirado por el propio Marco Polo en el Siglo XIV, cuando Europa aun estaba en la penumbra feudal— ha probado que el capitalismo funciona y que gracias a él —utilizando sus frutos y eliminando la mala yerba— ha recuperado la hegemonía que ya había ostentado en otras etapas de la evolución de la humanidad.
El hombre ha ratificado su condición de especie marcada por el intercambio y —en el caso del capitalismo chino en palabras del presidente Xi Jinping— estimulada por el ganar-ganar de todos los socios. Esos rasgos fundamentales dibujarán la nueva identidad de ese ser que busca un lugar confortable en el infinito.
¿POR QUÉ ES INEXORABLE EL CAMBIO?
Afirmar que China ya ganó la pulseada por la hegemonía del planeta puede demostrarse con los recientes acontecimientos en Siria, una de las regiones pivote y clave para construir Eurasia.
Siria —liberada de las guerras por encargo de Occidente, gracias a la ayuda militar rusa— será el paso del flujo de energía en forma de gas y petróleo entre el Lejano Oriente y la Cuenca del Mediterráneo hacia Europa. China y Rusia ya tomaron el control de esa zona y, en un acontecimiento que ya está reconfigurando el mundo, están cerrando el proyecto más ambicioso de las próximas décadas: La Ruta de la Seda a escala global.
Estados Unidos –como el personaje de El Otoño del Patriarca, encerrado en su arrogancia aislacionista– carece de respuesta económica, industrial, tecnológica y diplomática para frenar ese avance. Tampoco en el ámbito militar le va bien. La única opción posible será patear el tablero: desatar una guerra nuclear.
Sin embargo, con todo lo que hay que ganar en el futuro, el Estado Profundo no arriesgará el destino de sus ganancias —porque La Nueva Ruta de Seda requiere de socios capitalistas—y tampoco se resignará a sobrevivir en un mundo devastado y despoblado.
Ese Estado Profundo –cuya ambición militarista desmedida no solo destruyó varias naciones que ahora —en otra paradoja, China está reconstruyendo— sino también dejó a su suerte a Estados Unidos –y a sus más de 300 millones de habitantes, peor aún, enemistados políticamente y sin darse cuenta del cambio en curso— tendrá que someterse a los nuevos dictados del amo del mundo y deberá de conformarse con un papel de reparto en la nueva estructura de esta historia que será narrada en chino mandarín.
COLOFÓN
La Tierra seguirá girando sobre su eje, pero los hombres que la pueblan se moverán a otro ritmo. Nuevas ideas emergerán en un futuro próximo. Algunas convicciones serán enterradas y nacerán otras creencias.
Todavía el futuro es impreciso. Pero el cambio está en plena efervescencia. Este proceso solo se ha dado en unas cuantas ocasiones en la historia de la humanidad. Estamos en el umbral de una transición sin parangón.
No se trata solo de la jubilación del CEO del caduco Sistema Mundo Occidental. Estamos en el inicio de un Nuevo Sistema Mundo. Vamos a pasar de una estructura controlada por un Estado Profundo, en esencia anglosajón, a una organización milenaria asiática —y de la cual aún nos queda por aprender una vastedad de conocimientos.
Europa dejará de ser el espejo del mundo y será Eurasia el nuevo faro de la humanidad. Lo que ocurre y lo que ocurrirá en los próximos años tiene que ver con este asunto central.
“Occidente” solo será una referencia intelectual del pasado. Los conocimientos que vienen de Asia modelarán otras ideologías. El ser humano beberá de varias fuentes del saber. Ese será el gran aporte de este Nuevo Sistema Mundo.
Los demás capítulos de este proceso se irán dibujando con precisión en el futuro próximo.
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