En una serie de cuatro despachos (post) en Facebook, el periodista y analista Pepe Escobar editó las ideas de Alexander Dugin, un reconocido analista político y estratega ruso, que —según Escobar— está entre los mejores y más lúcidos análisis sobre la situación actual del mundo. Ahí llega a la conclusión que bajo la pandemia del Coronavirus apareció una dictadura médico-militar.
En los “post” publicados en Facebook, Escobar dio a conocer una versión editada y condensada de las ideas de Dugin, entre las cuales destaca la noción de que los estados están en una mutación (como el virus) y se está volviendo cada vez más dictatoriales, en medio del colapso del mundo liberal global. He aquí las propuestas de Dugin que, desde nuestro punto de vista expresado a través de la página El Nuevo Sistema Mundo, deben ser tomados muy en serio para su consideración porque lo estamos viviendo en tiempo real.
Por Alexander Dugin
El coronavirus ya ha dado un golpe del que no se recuperarán ni la política, ni la economía, ni la ideología. La pandemia tendría que haber sido tratada por las instituciones existentes, en modo normal, sin cambiar las reglas básicas:
— Ni en la política (es decir, sin cuarentena, sin aislamiento forzoso, y mucho menos en estado de emergencia);
— Ni en la economía (sin trabajo a distancia, sin paros de la producción, intercambios e instituciones financiero-industriales o plataformas de comercio, sin vacaciones, etc.);
— Ni en la ideología (ninguna restricción, aunque sea temporal, de los derechos civiles esenciales, la libertad de circulación, la anulación o el aplazamiento de las elecciones, los referendos, etc.).
Pero todo esto ya ha ocurrido a escala mundial, incluso en los países occidentales, es decir, en el territorio del propio “gobierno mundial”. Los fundamentos mismos del sistema mundial han sido suspendidos. Para que el “gobierno mundial” diera tal paso, tuvo que ser forzado a hacerlo. ¿Por quién?
El Estado mutando como el virus
En todo el mundo —abierta o soterradamente— se ha declarado el estado de emergencia. Según los clásicos del pensamiento político, y en particular Carl Schmitt, esto significa el establecimiento de un régimen dictatorial. El soberano, según Schmitt, es quien toma la decisión en una situación de emergencia (Ernstfall), y hoy en día esta es la situación. Sin embargo, no hay que olvidar que el Estado actual se ha basado, hasta hace poco, en los principios de la democracia liberal, el capitalismo y la ideología de los derechos humanos.
En otras palabras, este Estado está en cierto sentido decidiendo la liquidación de sus propias bases filosóficas e ideológicas, aunque tales medidas sean por ahora formalizadas y temporales. El Imperio Romano comenzó con la dictadura temporal del César, que gradualmente se convirtió en permanente. Así pues, el Estado está mutando rápidamente, al igual que el propio virus, y el Estado sigue al coronavirus en esta lucha en constante evolución, que lleva la situación cada vez más lejos del punto de vista de la democracia liberal mundial. Todas las fronteras existentes, que hasta ayer parecían haber sido borradas o semiborradas, vuelven a tener un significado fundamental.
Un dictadura médico-militar
En el curso de esta epidemia, está surgiendo un nuevo estado que comienza a funcionar con nuevas reglas. Es muy probable que, en el proceso del estado de emergencia, se produzca un desplazamiento del poder de los gobernantes formales a los funcionarios técnicos y tecnológicos, por ejemplo, los militares, los epidemiólogos y las instituciones creadas especialmente para esas circunstancias extremas.
A medida que se suspenden las normas legales, comienzan a desplegarse nuevos algoritmos de comportamiento y nuevas prácticas. Así nace el Estado Dictatorial, que, a diferencia del Estado liberal-democrático, tiene objetivos, fundamentos, principios y axiomas completamente diferentes. En este caso, el “gobierno mundial” se disuelve, porque cualquier estrategia supranacional pierde todo su significado.
El poder se desplaza rápidamente a un nivel cada vez más bajo, pero no a la sociedad y no a los ciudadanos, sino al nivel militar-tecnológico y médico-hospitalario. Una racionalidad radicalmente nueva está ganando fuerza —pero no la racionalidad de la democracia, la libertad, el mercado y el individualismo, sino la de la pura supervivencia, de la que se hace responsable un sujeto que combina el poder directo y la posesión de la logística técnica, tecnológica y médica. Además, en la sociedad de las redes, ésta se basa en un sistema de vigilancia total que excluye cualquier tipo de privacidad.
Así, si en un extremo tenemos al virus como sujeto de transformación, en el otro extremo tenemos la vigilancia médico-militar y la dictadura punitiva que difiere fundamentalmente en todos los parámetros del estado que conocíamos hasta ayer. No está en absoluto garantizado que tal estado, en su lucha contra los “dioses de la peste” seculares, coincida precisamente con las fronteras de las entidades nacionales existentes.
El colapso del orden liberal mundial
(El filósofo italiano Giorgo) Agamben ha sido más radical que otros y se ha opuesto a las medidas tomadas contra el coronavirus, prefiriendo incluso la muerte a la introducción del estado de emergencia. Vio claramente que incluso un pequeño paso en esta dirección cambiaría toda la estructura del orden mundial. Entrar en la etapa de la dictadura es fácil, pero salir de ella es a veces imposible.
Es imposible volver al orden mundial que existió solo recientemente y que parecía tan familiar y natural que nadie pensó en su efímero final. El liberalismo no alcanzó su fin natural y el establecimiento de un “gobierno mundial”, o bien el colapso nihilista fue su objetivo original, meramente cubierto por un decorado “humanista” cada vez menos convincente y cada vez más perverso.
El fin de la globalización no significará, sin embargo, una simple transición al sistema westfaliano, al realismo y a un sistema de estados comerciales cerrados (Fichte). Para ello se necesitaría la ideología bien definida que existió en la primera modernidad, pero que fue completamente erradicada en la última, y especialmente en la posmodernidad. La demonización de todo lo que se parezca remotamente al “nacionalismo” o al “fascismo” ha llevado al rechazo total de las identidades nacionales, y ahora la gravedad de la amenaza biológica y su cruda naturaleza fisiológica hace que los mitos nacionales sean superfluos. La dictadura médico-militar no necesita métodos adicionales para motivar a las masas.
El mundo liberal mundial se ha derrumbado ante nuestros ojos, al igual que la URSS y el sistema socialista mundial cayeron en 1991. Nuestra conciencia se niega a creer en tales cambios colosales, y especialmente en su irreversibilidad. Pero debemos hacerlo. Es mejor conceptualizarlos y comprenderlos de antemano —ahora mismo, mientras las cosas no se hayan vuelto tan críticas.
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