En su libro “Disintegration: Indicators of the Coming American Collapse”, publicado en 1921, Andrei Martyanov analiza las razones de la catastrófica decadencia de Estados Unidos, abordando una serie de factores que van desde los económicos, hasta los culturales, tecnológicos y militares. La economía desindustrializada de EE.UU. se ve hoy profundamente afectada por lo que sólo puede describirse como una masacre de sus pequeñas y medianas empresas y la implosión de la industria aeroespacial comercial estadounidense, todo lo cual ha llevado a que EE.UU. esté atravesando una transformación profunda y radical, cuyos rasgos apuntan a que se está alejando, a un ritmo acelerado, de su condición de potencia hegemónica mundial, que en gran medida se autoproclamaba. En este contexto, EE.UU. ha perdido terreno en todas las categorías que definen el poder y el estatus de una nación en relación con sus rivales. De particular interes es el II Capítulo Geoeconomía, o la Guerra por Otros Medios, en la cual ha sido superada devastadoramente por China, Rusia y otras superpotencias industriales, tecnológicas, científicas y comerciales. He aquí un resumen del mismo:
Por Andrei Martyanov
El 2016, un libro con un título apropiado, “War by Other Means: Geoeconomics and Statecraft” (La Guerra por Otros Medios: Geoeconomía y Política Exterior) vio la luz en Estados Unidos. El título no podría haber sido más apropiado para el 2016. Esto no quiere decir que, antes de este trabajo del ex embajador de Estados Unidos en la India Robert D. Blackwill y Jennifer M. Harris, ambos miembros del Consejo de Relaciones Exteriores, la geoeconomía no se considerara otra cosa que la guerra, o en un sentido más amplio, un estudio del conflicto económico. Aunque lo era. Fue Edward Luttwak quien destacó la geoeconomía en un estudio separado de la geopolítica, cuando señaló en 1990 que: Todo el mundo, al parecer, está de acuerdo ahora en que los métodos de comercio están desplazando a los métodos militares, con capital disponible en lugar de potencia de fuego, innovación civil en lugar de avances técnico-militares y penetración de mercado en lugar de guarniciones y bases.
Pero todas ellas son herramientas, no propósitos. Se trataba de una distinción sin diferencia. Si bien muchas actividades económicas de la historia podrían, y algunas deberían, ser interpretadas como actividades geoeconómicas, en muchos aspectos la geoeconomía como un campo separado del conflicto, la guerra y la geopolítica fue otro ejemplo, multiplicado por la actividad de los “científicos” políticos, de intentar ofuscar el tema. Como señala el mismo Luttwak en el capítulo titulado sintomáticamente La guerra por otros medios: la geoeconomía, “a esta nueva versión de la antigua rivalidad de los estados la he llamado ‘geoeconomía’”.
Escondido en el intelectualismo
No importa cómo Luttwak o, más tarde, Blackwill y Harris, definieran la geoeconomía y sus herramientas, seguía siendo el gran conflicto de siempre, envuelto en el delgado velo del intelectualismo superficial de la ciencia política, el mismo tipo de falacia que produjo simulacros como El fin de la historia, El choque de civilizaciones y El gran tablero de ajedrez, entre muchos otros brebajes, cocinados en los recovecos más profundos del think tank, principalmente estadounidense, ninguno de los cuales dio resultado.
Pero si la geoeconomía es una guerra por otros medios y, como postuló Luttwak, un conflicto en un sentido más amplio, entonces la geoeconomía debe obedecer a la metafísica de cualquier conflicto, sea militar, cultural o económico. Si la geoeconomía, al ser una guerra, prevé como resultado final el triunfo de la economía de un estado sobre todas las demás, o, parafraseando a Clausewitz —obligar al enemigo a hacer nuestra voluntad— entonces, como en cualquier conflicto, es necesario hacer una evaluación exacta de las capacidades de los bandos en guerra. Pero este es un campo preciso, en el que los defensores occidentales de la geoeconomía en general, y especialmente los estadounidenses, fracasan miserablemente, debido a su incapacidad sistémica para operar con hechos “sobre el terreno”, exhibiendo una rigidez ideológica que cada vez más parece una creencia religiosa fanática.
El engaño de las élites estadounidenses
La frase inicial del tratado de Blackwill y Harris sobre geoeconomía es importante, en el sentido de que es un ejemplo claro de un engaño que afecta a las élites estadounidenses contemporáneas que, escudándose en la retórica escolástica, no reconocieron el catastrófico declive económico, militar, político y cultural de Estados Unidos, cuyas raíces se encuentran en la crisis sistémica del liberalismo. Blackwill y Harris afirman que:
A pesar de tener la economía más poderosa del planeta, Estados Unidos recurre con demasiada frecuencia a las armas en lugar de su poder económico en su conducta internacional. Estados Unidos apenas ha superado su necesidad de fuerza militar, que seguirá siendo un componente central de la política exterior estadounidense. Pero Washington, en las últimas décadas, ha olvidado cada vez más una tradición que se remonta a la fundación de la nación —el uso sistemático de instrumentos económicos para lograr objetivos geopolíticos, lo que en este libro llamamos geoeconomía. Este fracaso a gran escala de la memoria estratégica colectiva, niega a Washington herramientas potentes para lograr sus objetivos de política exterior.
Suposiciones totalmente falsas
El libro fue galardonado con el premio al mejor libro del 2016 de Foreign Affairs y recibió numerosos elogios de personalidades de la política exterior y la economía de Estados Unidos, desde Henry Kissinger hasta Lawrence Summers, a pesar del hecho evidente de que las suposiciones iniciales de los autores ya eran patentemente falsas el 2016. En el 2020, estas suposiciones, si no fuera por su peligrosidad, deberían percibirse como cómicas. En primer lugar, Estados Unidos no tiene la economía más poderosa del planeta. No la tenía en el 2016, mientras que en el 2020 Estados Unidos se encuentra en la crisis económica y política más profunda de su historia moderna y, una vez que se revela la verdadera economía estadounidense bajo el envoltorio de burbujas de la pseudoeconomía y los índices financieros de Wall Street, se puede ver fácilmente el precipitado declive de Estados Unidos y su alejamiento del estatus mayoritariamente autoproclamado de Hegemón.
Ahora, tras haber perdido la carrera armamentista y todas las guerras que desató en el siglo XXI, la geoeconomía estadounidense (un eufemismo para las sanciones económicas incesantes de Estados Unidos y los intentos de sabotear las economías de cualquier nación, capaz de competir con Estados Unidos) se convierte, cada vez más, no sólo en una herramienta preferida, sino en la única herramienta que Estados Unidos está utilizando globalmente, para tratar de detener su evidente declive. Una evaluación realista de la situación económica actual de Estados Unidos proporciona un pronóstico definitivo sobre el resultado final para el imperio estadounidense en su conjunto, y para Estados Unidos como un holograma o una ilusión de un Estado-nación en particular, que ha perdido su capacidad de competir económicamente con el resto del mundo, lo que demuestra una falta crítica de talento para desarrollar una visión geoeconómica clara, un término cuya autoría (irónicamente) pertenece a Estados Unidos.
Las ilusas estadísticas económicas de EE.UU.
Muchos observadores geopolíticos y económicos contemporáneos, de una manera u otra relacionados con la comunidad basada en la realidad, han señalado en muchas ocasiones que las estadísticas económicas estadounidenses no son, en realidad, estadísticas económicas, per se. Tienen, sin duda, una estadística financiera, pero las finanzas, aunque son extremadamente importantes junto con el sistema financiero que proporciona un flujo de dinero para que la economía funcione correctamente, no son ni de lejos el único factor que define la economía. De hecho, las finanzas son un mero reflejo, un derivado, de un proceso de intercambio que se hace posible sólo gracias a la interacción de las fuerzas productivas. En otras palabras, sólo la producción de bienes materiales tangibles, de riqueza real, es decir, desde alimentos hasta muebles, pasando por automóviles, computadoras y aviones, proporciona la razón de ser de las finanzas y, por definición, de los servicios. Esto también constituye el motor principal de cualquier geoeconomía real, que se basa en la capacidad de los bienes de una nación para competir con los bienes de un competidor y desplazarlos en un mercado determinado.
Evidentemente, no es así como se enseña economía en los Estados Unidos, lo que refleja una racionalización de su grave desindustrialización. Detrás de esta desindustrialización y del declive económico de Estados Unidos, había pasiones similares a las de Haushofer, que buscaba un espacio vital para Alemania. La versión de la geoeconomía estadounidense de la fuente de las ideas de Haushofer, se basa en la creencia fanática de los estadounidenses en las finanzas (Wall Street), la deuda y el excepcionalismo estadounidense, en el que incluso el suicidio económico mediante la financiarización y la fabricación de deuda no importaba, siempre que lo llevara a cabo un Estados Unidos excepcional que, como se sigue pensando incluso hoy, es inmune a las leyes despiadadas de la economía real y el poder nacional. Por supuesto, se ha demostrado que eso es incorrecto, con consecuencias desastrosas. Michael Hudson ha dejado constancia de la descripción de las opiniones dominantes de la élite estadounidense, que sigue pensando que el dinero es la medida de la economía, escribiendo: “Mi argumento era que la forma en que se describe la economía en la prensa y en los cursos universitarios, tiene muy poco que ver con cómo funciona realmente la economía. La prensa y los informes periodísticos utilizan una terminología hecha de eufemismos bien elaborados, para confundir la comprensión de cómo funciona la economía”.
Las nauseabundas iteraciones monetaristas
El ejemplo más obvio de una disociación completa de la teoría económica moderna, o más bien de sus nauseabundas iteraciones monetaristas, de la realidad es, por supuesto, el comportamiento supuestamente “saludable” del mercado de valores, que creció a pesar del crecimiento del flujo de noticias económicas espantosas de los EE.UU., que ve hoy tasas de desempleo sin precedentes, con sectores como la manufactura, la minería, la tala y la producción de bienes, que no muestran señales de ninguna recuperación seria, permaneciendo estáticos en el empleo mientras que la recuperación, que como es totalmente esperable en los Estados Unidos modernos, viene principalmente a través del sector de servicios.
La matanza de la producción
Sin embargo, la matanza de las fuerzas productivas estadounidenses no es nada nuevo. De hecho, ya es una tradición establecida del capitalismo financiero estadounidense parasitario, citando a Hudson, seguir “matando al anfitrión”. O, como él lo expresa sucintamente: “Las compañías de seguros, los corredores de bolsa y los suscriptores, se unen a los banqueros en el objetivo de borrar la capacidad de la economía de distinguir entre los reclamos financieros sobre la riqueza, como un fraude de capitalización, como por ejemplo Facebook, que tiene una capitalización más alta que las empresas que producen valor tangible real, y la creación de riqueza real”. El estado de la economía estadounidense actual está siendo reportado por entidades que son sus parásitos, y como resultado, parece bueno en el papel, aunque incluso esta imagen es cada vez más difícil de proyectar hacia el exterior, cuando en realidad se está convirtiendo en una economía del Tercer Mundo ante nuestros propios ojos. Ha pasado más de un cuarto de siglo desde que Jeffrey R. Barnett presentó una lista de criterios que definían, en ese momento, la superioridad de Occidente. De los 14 criterios enumerados por Barnett, sólo dos, es decir menos del 15%, tenían algo que ver con el control de las monedas y las finanzas globales; los 12 criterios restantes, incluido uno de liderazgo moral, que es un derivado de otros 11, tenían todo que ver con la capacidad productiva y la creación de riqueza real. La principal diferencia entre la situación en 1994, cuando la tesis de Barnett apareció en la revista Parameters del Army War College Quarterly, y la actual (2020), es el hecho asombroso de que Estados Unidos haya perdido posiciones de liderazgo en prácticamente todos los criterios de esta lista, desde los productos terminados hasta el armamento de alta tecnología y la industria aeroespacial. Estados Unidos no sólo ha dejado de producir riqueza real, sino que se encuentra hoy en una posición en la que se le impide abordar la cuestión en un nivel serio.
Una evaluación espantosa
En septiembre de 2018, el Grupo de Trabajo Interinstitucional publicó un informe dirigido al presidente Donald Trump titulado “Evaluación y fortalecimiento de la base industrial manufacturera y de defensa y la resiliencia de la cadena de suministro de los Estados Unidos”, a raíz de la Orden Ejecutiva 13806 del presidente, que buscaba hacer un balance de las décadas de desindustrialización y el estado de la base industrial de Estados Unidos en relación con la defensa. Las conclusiones del informe fueron impactantes para los observadores nacionales e internacionales, y difícilmente podrían ser más contradictorias con las afirmaciones de los defensores estadounidenses de la geoeconomía. Estas afirmaciones, al final, exigían que Estados Unidos tuviera algo más que finanzas para poder competir económicamente —es decir, hacer la guerra por otros medios— contra naciones que, justificadamente, veían a Estados Unidos como un enemigo, no como un mero competidor. Estados Unidos, ciertamente, podría imponer sanciones a China o Rusia, pero en el esquema más amplio de las cosas, estas no fueron más que acciones de retaguardia, porque Estados Unidos, cada vez menos, no podía competir económicamente en la arena internacional, donde se intercambian o comercializan bienes tangibles, con la excepción de unas pocas industrias, como la aeroespacial comercial antes de su colapso el 2020, los microchips y los automóviles, y algunos otros artículos de la menguante economía real estadounidense y, especialmente, el menguante complejo de la construcción de maquinarias.
“Made in USA” es un holograma
Aunque Hollywood todavía puede producir entretenimiento, que puede venderlo en el extranjero, y Microsoft todavía puede producir software, Estados Unidos ya no puede producir automóviles confiables y asequibles, ni perseverar en el mito del bienestar de las calcomanías que proclaman “Ensamblado con orgullo en los EE. UU.”, en los electrodomésticos que se venden en Home Depot o Lowe’s. Incluso cuando hay una calcomanía de “ensamblado con orgullo en los EE. UU.”, uno tiene que preguntarse sobre las partes con las que se ensambló orgullosamente esos electrodomésticos, porque como lo demuestra la experiencia de los accesorios agrícolas en las tiendas Coastal (Farm and Ranch), la mayor parte todavía se produce en China. El Informe Interagencias del 2018 al Presidente Trump reveló algunas verdades económicas aterradoras para los Estados Unidos, que rara vez aparecen en el ciclo de noticias económicas las 24 horas del día, los 7 días de la semana, como noticias de primera plana. En última instancia, el mensaje principal del Informe era correcto en principio:
“Para garantizar nuestra seguridad nacional, la base industrial manufacturera y de defensa de Estados Unidos debe ser segura, robusta, resistente y preparada. Para garantizar que el dinero de los contribuyentes se gaste de manera frugal y sabia, la base industrial de defensa debe ser rentable, eficiente en función de los costos, altamente productiva y no estar indebidamente subsidiada. En caso de contingencias, la base industrial debe poseer suficiente capacidad de respuesta. Por sobre todo, la base industrial de manufactura y defensa de Estados Unidos debe respaldar la prosperidad económica, ser competitiva a nivel mundial y tener la capacidad y las capacidades para innovar rápidamente y dotar a nuestras fuerzas armadas de la letalidad y el dominio necesarios para prevalecer en cualquier conflicto”.
El informe también tenía razón al advertir sobre amenazas muy reales para el logro de esos objetivos, declarados por parte de los “competidores” de Estados Unidos y enmarcaba la cuestión en términos geoeconómicos:
“La disminución de las capacidades de producción clave y la caída del empleo en el sector manufacturero, en relación con la última vez que Estados Unidos enfrentó una competencia de gran potencia, dejaron debilidades clave que amenazan las capacidades de fabricación del país. Las políticas industriales de los competidores extranjeros han disminuido la competitividad global de la industria manufacturera estadounidense, a veces como un daño colateral de la globalización, pero también debido a los ataques específicos de grandes potencias como China. Por último, las brechas emergentes en nuestra fuerza laboral calificada, tanto en términos de STEM como de habilidades técnicas básicas (por ejemplo, soldadura, operación de control numérico computarizado, etc.) plantean un riesgo creciente para las capacidades de la base industrial”.
El principal producto de exportación
Estados Unidos todavía puede vender su principal producto de exportación, los pagarés o bonos del Tesoro, que son cruciales para financiar la obsesión de Estados Unidos por el consumismo y ganar dinero, pero esos bonos, al igual que la economía de servicios, no crean riqueza real y no lo han hecho en décadas, mientras que, por otro lado, eran el principal impulsor de la desindustrialización de Estados Unidos. Los bonos o pagarés del Tesoro todavía podían venderse internacionalmente; sin embargo, los automóviles fabricados en Estados Unidos estaban teniendo problemas para competir en los mercados internacionales. La promoción agresiva del presidente Trump de productos fabricados en Estados Unidos en los mercados internacionales finalmente se topó con una dura oposición. En su entrevista con uno de los medios de comunicación, Donald Trump amenazó con imponer aranceles del 35% a los automóviles fabricados en Alemania si se ensamblaban en México. Trump también lamentó el hecho de que los automóviles fabricados en Estados Unidos no se vendieran bien en Europa. La respuesta del vicecanciller alemán, Sigmar Gabriel, fue humillante: “Estados Unidos necesita fabricar mejores automóviles”.
Ford ya es un fantasma
Estados Unidos ciertamente podría quejarse de las prácticas comerciales desleales de Alemania o Japón, donde Estados Unidos ha tenido un éxito muy limitado con sus automóviles, por decirlo suavemente, pero incluso en Rusia, los fabricantes de automóviles estadounidenses tuvieron problemas. Ford fue la primera marca de automóviles estadounidense que llegó al mercado ruso en el año 2000 con fuerza: la segunda generación del Ford Focus se convirtió en un éxito de ventas en Rusia. Ford fue la segunda empresa fabricante de automóviles, después de Volkswagen, en localizar su producción en Rusia, y durante años disfrutó de lo que parecía sería un romance a muy largo plazo con los rusos. Pero sólo lo parecía. El 27 de marzo del 2019, Ford anunció que detendría la producción en Rusia. Como informó la popular revista automovilística rusa Za Rulyom (Al volante), las razones de esto eran múltiples, pero la principal era el hecho de que Ford había perdido su ventaja competitiva frente a los automóviles de fabricación coreana, japonesa, europea y rusa. La operación de Ford en Rusia simplemente se volvió insostenible, con una caída catastrófica en las ventas a partir de 2016. Los modelos Ford no solo habían seguido siendo bastante caros, sino que comenzaron a perder frente a los automóviles rusos, mucho más asequibles, y frente a otros competidores por méritos técnicos, incluidos incluso tales una métrica como el tamaño de la cabina.
El patrón era bastante obvio y no sólo se producía en Alemania o Japón, donde los coches fabricados en Estados Unidos estaban perdiendo competencia. Pero si Ford al menos tuvo cierto éxito en Rusia, Chevrolet nunca despegó allí. La época en la que el mundo miraba los productos fabricados en Estados Unidos con curiosidad y envidia ya pasó. El por qué Estados Unidos estaba perdiendo constantemente su ventaja competitiva es bastante obvio, una vez que se comienza a considerar el hecho de que el mundo, devastado por la Segunda Guerra Mundial, no iba a permanecer en ruinas para siempre y que eventualmente regresarían la capacidad y la competencia industriales. Pero incluso en la década de 1980, Estados Unidos todavía podía presumir de ser la economía más grande del mundo y, a diferencia de la economía estadounidense de la década de 2010, era una economía real con una enorme capacidad de producción. Los automóviles fabricados en Estados Unidos en los años 1970 y 1980 pueden no haber sido los mejores automóviles del mundo, pero fueron producidos en los Estados Unidos e involucraron cadenas logísticas y de suministro masivas, que también proporcionaron empleo a millones de personas y eso es lo que importó al final. Puede que Paul Verhoeven haya sido sarcástico con los automóviles fabricados en Estados Unidos en su éxito de taquilla Robocop, al satirizar un 6000 SUX ficticio que alcanza 8.2 millas por galón, pero todos pudieron ver que la policía en la película conducía el nuevo y hermoso Ford Taurus de fabricación estadounidense, que Ciertamente parecía —y era— un automóvil extremadamente competitivo. Incluso se vendió en Japón, donde se consideraba un coche de lujo.
Érase una vez…
Hoy en día, es difícil recordar un sedán de fabricación estadounidense de reputación verdaderamente global, comparable al Toyota Camry o al Honda Accord. A menos que se trate de un segmento bastante reducido de los coches deportivos, los coches de lujo y, especialmente, los camiones, en el que Estados Unidos sigue siendo competitivo, los fabricantes de automóviles estadounidenses simplemente ya no están en condiciones de desafiar las importaciones de automóviles de pasajeros en el país, y mucho menos de montar una competencia seria a nivel internacional. Pero si bien el destino de la industria automotriz estadounidense sigue siendo objeto de debate público debido a sus obvias implicaciones de mercado, algunas industrias en Estados Unidos simplemente han desaparecido silenciosamente sin mucho ruido, sin que el público preste mucha atención a ese importante hecho estratégico. Si bien el ex jefe de operaciones navales, el almirante Elmo Zumwalt, definió a Estados Unidos como una “isla mundial”, una referencia directa al carácter marinero de la nación estadounidense, el estado de su construcción naval comercial, para una nación marinera, es desalentador.
Como concluyó el Informe al Presidente Trump sobre la base industrial de Estados Unidos: La causa principal de la disminución de la competencia en la construcción naval es el pequeño tamaño comparativo de la industria de construcción naval comercial de Estados Unidos, en comparación con la industria de construcción naval extranjera, junto con los requisitos militares únicos de la Marina. Los productos y servicios que carecen de competencia corren un mayor riesgo de ser ofrecidos por un solo proveedor o una única fuente. Se pueden ver ejemplos de falta de competencia en muchos productos críticos para la construcción naval, como cables de alta tensión, materia prima para propulsores, válvulas y accesorios.
EE.UU. es nada en industria del transporte marítimo
Esta evaluación seca, que también menciona factores como la pérdida de habilidades y competencias, es un eufemismo en términos de una comparación real de las industrias de construcción naval de los Estados Unidos con las del resto del mundo. En términos geoeconómicos, la capacidad de transporte marítimo es una necesidad porque la geoeconomía y la entrega de bienes a los mercados son dos caras de la misma moneda. La industria del transporte marítimo comercial sigue siendo la columna vertebral de la economía mundial, ya que es responsable de hasta el 90% del comercio que se realiza por vías navegables. Actualmente, aunque Estados Unidos tiene la armada más grande del mundo, su industria de construcción naval comercial es eclipsada por las de China, la República de Corea, Japón y Rusia. En una declaración ante el Subcomité de Transporte Marítimo y de la Guardia Costera del Comité de Transporte e Infraestructura de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Mark H. Buzby, administrador de la administración marítima del Departamento de Transporte de Estados Unidos, reveló la verdadera magnitud del desastre:
“Si bien Estados Unidos sigue siendo un líder mundial en la construcción naval, que representa la mayor parte de los ingresos de la construcción naval del país, nuestros grandes astilleros comerciales están luchando por mantenerse a flote. La construcción naval comercial estadounidense de grandes buques mercantes se ha visto atrapada en una espiral descendente de demanda decreciente y una mayor divergencia entre la productividad y los precios de la construcción naval nacional y extranjera. En el caso de los grandes buques oceánicos autopropulsados, los astilleros estadounidenses aún carecen de la escala, la tecnología y los grandes volúmenes de pedidos de ‘construcción en serie necesarios para competir eficazmente con los astilleros de otros países. Los cinco astilleros comerciales más grandes de Estados Unidos construyen una cantidad limitada de grandes buques de carga para uso doméstico, con un promedio de cinco buques de este tipo por año durante los últimos cinco años, con un pico de diez buques de este tipo en 2016. Sin embargo, esta producción es pequeña en relación con la producción mundial de 1,408 buques de este tipo en 2016”.
La vergonzosa verdad de EE.UU.
El uso que hace Buzby del término “pequeño” es un intento cauteloso de evitar la vergonzosa verdad de que Estados Unidos no tiene, ni de lejos, la escala de construcción naval comercial que requiere una nación que se considera una entidad geoeconómica, dispuesta a luchar por el dominio económico a nivel mundial. Las cifras simplemente no respaldan esas afirmaciones estadounidenses. Una de ellas, que está en la base de la industria de la construcción naval, es el volumen de acero producido por una nación. Los barcos están hechos de acero y se necesita mucho para producir una flota comercial de buen tamaño que sea verdaderamente competitiva en una economía global. Dado el tamaño de su economía, que afirma sin fundamento que ronda los 23 billones de dólares, el nivel de producción de acero de Estados Unidos es sorprendente —en la medida en que China supera a Estados Unidos en un factor de 11, mientras que Rusia, que tiene una población de menos de la mitad del tamaño de Estados Unidos, produce alrededor del 81% de la producción de acero de Estados Unidos. Japón, que también es una nación marinera, produce más acero que Estados Unidos.
Por supuesto, Estados Unidos tiene una gran armada, con muchos grandes buques de guerra, especialmente la flota de portaaviones estadounidenses, pero Estados Unidos no produce esos barcos todos los años. Sin embargo, la construcción naval comercial a nivel mundial produce todo tipo de buques comerciales, incluidos muchos de gran tamaño, todos los años. Muchos de esos buques son tan grandes o incluso más grandes que los portaaviones de la Armada estadounidense.
Los rivales en la guerra económica
Incluso un breve repaso de la construcción naval comercial en términos de tonelaje de los buques no deja dudas sobre qué naciones están listas, o se están preparando, para una guerra económica. Como afirma secamente el Manual electrónico de estadísticas, el 90% de toda la construcción naval del mundo en 2018 se produjo en tres naciones: China, Japón y la República de Corea. Si se considera que en el 2018 el peso muerto (es decir, el peso de un buque vacío) de la flota comercial mundial aumentó en 52 millones de toneladas y se lo compara con la producción real de acero de los Estados Unidos, que es de aproximadamente 88 millones de toneladas, se tiene una idea del papel relativamente insignificante de los Estados Unidos a nivel mundial en la producción de acero y su papel absolutamente intrascendente en la construcción naval comercial. Para colmo de males, Rusia, el “rival” de los Estados Unidos, o la amenaza existencial como lo declaran los excepcionalistas estadounidenses, no solo compite con los Estados Unidos en la producción de acero, que es uno de los principales indicadores de un Índice Compuesto de Capacidad Nacional (CINC), sino que superó a los Estados Unidos en la construcción naval comercial.
Obviamente, los Estados Unidos intentan hacer sentir su presencia en la construcción naval comercial. El último buque comercial, bautizado como Matsonia, uno de los dos buques portacontenedores de clase Kanaloa (Con-Ro) que prestarán servicio a Hawái con entregas desde el continente, es uno de esos intentos. Se trata de un gran buque con un desplazamiento de 50,000 toneladas y está construido en el astillero NASSCO. Estados Unidos también logró producir tres petroleros de 50,000 toneladas para SEACOR entre 2013 y 2017 y algunos otros barcos similares del mismo peso muerto, incluidos dos portacontenedores de clase Marlin propulsados por GNL. Si bien es una nación marinera, Rusia realiza su comercio principalmente por transporte terrestre, que va desde el ferrocarril hasta los oleoductos, y, no obstante, logró en pocos años completar un cambio en su industria de construcción naval, alcanzando una carga de trabajo planificada para sus numerosos astilleros de 800 buques hasta el 2035. El nuevo astillero ruso del Lejano Oriente, Zvezda, aunque todavía solo está parcialmente operativo, encontró que su cartera constaba de 118 buques. Solo el gigante petrolero ruso Rosneft había ordenado 12 petroleros de clase hielo Arc6 y Arc7, 4 buques de apoyo multipropósito de clase hielo y 10 petroleros Aframax para el 2019. La mayoría de esos buques, algunos de los cuales ya están a flote o en construcción, son gigantescos buques de alta tecnología con un desplazamiento de entre 115,000 y 129,000 toneladas y son tan largos como los portaaviones de la Armada de los Estados Unidos.
Las doctrinas huecas de EE.UU.
Todo esto ocurre en un contexto en el que Rusia domina el mercado mundial de rompehielos, siendo el último de ellos, un rompehielos nuclear de clase Líder, con 70,000 toneladas de desplazamiento, el más grande del mundo con diferencia —lo que no es poca cosa si se tiene en cuenta que actualmente el rompehielos más grande del mundo, el proyecto 22220, desplaza 33,000 toneladas. El primero de los tres rompehielos de clase Líder se puso en grada en el astillero Zvezda en septiembre de 2020.
Si Estados Unidos realmente planeaba seguir sus propios conceptos geoeconómicos, parece que nunca fue más allá de exponer doctrinas huecas o teorías de ciencia política de torre de marfil. La postura económica de Estados Unidos, que supuestamente convierte a Estados Unidos en la nación económicamente más poderosa del mundo, contradice dramáticamente las posturas verdaderamente geoeconómicas y económicamente competitivas —es decir, las posturas de los llamados rivales existenciales de Estados Unidos, China y Rusia.
El desarrollo de “industrias estratégicas”
Si el milagro económico chino y su economía orientada a la exportación han sido el centro de atención de muchos expertos estadounidenses durante décadas, el hecho de que Rusia haya entrado en el juego de la geoeconomía hace relativamente poco tiempo, ha comenzado a atraer la atención de los expertos occidentales. Uno de los teóricos occidentales de la geoeconomía y la integración euroasiática, Glen Diesen, incluso dedicó un gran capítulo en su tratado sobre el tema a lo que él llamó el desarrollo de “industrias estratégicas”. Sin embargo, Diesen, así como Luttwak o, en realidad, cualquier otro defensor de la geoeconomía como campo de estudio independiente, siempre se ve inevitablemente arrastrado de nuevo a la mesa de debate de la buena y vieja geopolítica, o más bien de su iteración moderna más amplia, en la que el poder de una nación se basa en sus recursos económicos y militares, que, al final, se filtran para formar la capacidad geoeconómica de esa nación —que no es más que un término elegante para referirse a la competitividad económica global y la capacidad de defenderse por todos los medios necesarios, incluidos los militares.
Una competencia en todo el espectro
El patético estado de la construcción naval comercial de Estados Unidos es el reverso del poder naval de ese país, que en esta etapa de su relación con la economía global y las relaciones internacionales existe, principalmente, para defender la santidad de las rutas marítimas de comunicaciones (SLOC), cruciales para la existencia de Estados Unidos, y también para impedir que otros interrumpan el comercio. Luttwak puede haber definido la geoeconomía como una guerra por otros medios, pero estos han sido durante mucho tiempo los medios originales de guerra. Esas guarniciones, bases militares y armas, que no tienen un carácter económico, nunca desaparecieron y, de hecho, se están convirtiendo cada vez más en la herramienta principal de los intentos de Estados Unidos de hacer cumplir sus reglas sobre aquello a lo que, según la declaración de sus académicos y estadistas, está comprometido —la guerra económica. No es una guerra económica pura, porque Estados Unidos ya la ha perdido. En consecuencia, la “guerra” se convierte cada vez más en una competencia que abarca todo el espectro de actividades humanas, desde lo militar a lo económico, lo cultural y lo ideológico, que ya ha tomado la forma de una guerra fría y que amenaza con convertirse en una verdadera guerra caliente —precisamente por la razón de que, como sucede con muchos constructos de la ciencia política elaborados en la cocina cada vez más caótica de las estrategias estadounidenses, la mayoría de esas estrategias nunca produjeron nuevas ideas y conceptos que nunca podrían alterar la trayectoria de los hechos sobre el terreno.
Una sentencia lapidaria para EE.UU.
Hoy, Estados Unidos no sólo sufre un colapso intelectual, que abordaremos en los capítulos siguientes, sino que también tiene cada vez menos que ofrecer económicamente, especialmente después de perder su guerra en el frente principal de la energía —una industria estratégica en palabras de Diesen, quien luego da una definición implacable del estado de la economía estadounidense:
“La convicción de que Estados Unidos desarrolló una economía posmoderna sostenible menos dependiente de los empleos manufactureros tradicionales se ha mantenido gracias a precios inflados de los activos disfrazados de crecimiento económico. El colapso de la burbuja tecnológica en la década de 1990 indicó que Estados Unidos tendría que aceptar una posición reducida en la economía global”.
El monstruo económico de Eurasia
Hoy, Estados Unidos se enfrenta a un monstruo económico y a un mercado totalmente autosuficiente en Eurasia, y ninguna manipulación estadística, incluida la aplicación de cifras insignificantes en dólares a algo que Estados Unidos ya no es capaz de producir ni de adquirir, cambiará esa realidad. Como lo demostraron los dramáticos acontecimientos en los mercados de hidrocarburos y aeroespacial en los últimos 18 meses, y como siguen demostrando en los mercados de comunicaciones y armas de alta tecnología, Estados Unidos ya ha perdido o está perdiendo rápidamente su posición como competidor global. Dependiendo de la dinámica política y económica interna de Estados Unidos en los próximos años, la transformación de Estados Unidos en una nación grande pero regional e incluso del Tercer Mundo no es un escenario tan descabellado. Es cierto que el poderío militar de Rusia puede disuadir a Estados Unidos de desatar un conflicto termonuclear global en su intento desesperado por preservar un statu quo imaginario, que muchos en Washington todavía creen que existe. Pero no es así, no lo ha sido durante mucho tiempo —y ya es hora de que alguien en Washington capte el mensaje.
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