
Los últimos días de los imperios moribundos están dominados por idiotas. Las dinastías romana, maya, francesa, Habsburgo, otomana, Romanov, iraní y soviética colapsaron bajo el peso de la estupidez de sus gobernantes decadentes, quienes se ausentaron de la realidad, saquearon sus naciones y se refugiaron en cámaras de eco, donde el hecho y la ficción eran indistinguibles.
Por Chris Hedges
Donald Trump y los bufones serviles de su régimen son versiones actualizadas de los reinados del emperador romano Nerón —quien destinó enormes recursos estatales a obtener poderes mágicos—, del emperador chino Qin Shi Huang —que financió expediciones en busca de una isla mítica de inmortales—, y de una corte zarista inútil que consultaba cartas del tarot mientras la revolución ardía en las calles y millones morían en la guerra.
En “Hitler y los alemanes“, el filósofo político Eric Voegelin rechaza la idea de que Hitler —dotado para la oratoria y el oportunismo político, pero poco culto y vulgar— hipnotizara y sedujera al pueblo alemán. Los alemanes, escribe, apoyaron a Hitler y a las “figuras grotescas y marginales” que le rodeaban porque encarnaba las patologías de una sociedad enferma, acosada por el colapso económico y la desesperanza. Voegelin define la estupidez como una “pérdida de realidad”. La pérdida de realidad significa que una persona “estúpida” no puede “orientar correctamente su acción en el mundo en el que vive”. El demagogo, que siempre es un idiota, no es un bicho raro ni una mutación social. El demagogo expresa el zeitgeist de la sociedad, su alejamiento colectivo de un mundo racional de hechos verificables.
Limitados intelectualmente
Estos idiotas no crean. Solo destruyen. Prometen recuperar una gloria pasada que jamás existió. Limitados intelectualmente, sin brújula moral, incompetentes y furiosos con las élites que los rechazaron, convierten el mundo en un parque de juegos para estafadores, charlatanes y megalómanos.
Declaran la guerra a las universidades, proscriben la ciencia, promueven teorías absurdas sobre vacunas para justificar la vigilancia masiva, despojan de derechos a los residentes legales y arman ejércitos de matones, como el ICE, para sembrar miedo. La realidad —sea la crisis climática o el empobrecimiento de las masas— no tiene cabida en sus fantasías. Cuanto peor se pone todo, más idiotas se vuelven.
Una sociedad desquiciada
Hannah Arendt culpa a la “irreflexión” colectiva por permitir que la maldad radical tome el poder. En una sociedad sin futuro, donde padres e hijos se estancan sin esperanza, se naturaliza el egoísmo y la crueldad. Los otros se convierten en objetos para usar y descartar, reflejo del trato que impone la élite dominante.
En una sociedad desquiciada, dice Voegelin, se celebra a los inmorales: los manipuladores, los violentos, los embusteros. En una democracia sana, tales comportamientos son repudiados. Pero en una sociedad enferma, las virtudes que sostienen lo común —la honestidad, la confianza, el sacrificio— se ridiculizan. Son vistas como debilidades.
El Imperio de la Ilusión
Como señaló Platón, cuando una sociedad abandona el bien común, libera impulsos amorales: violencia, codicia, explotación sexual, y fomenta el pensamiento mágico. De eso trata mi libro Imperio de la Ilusión: El Fin de la Alfabetización y el Triunfo del Espectáculo.
Lo único que estos regímenes saben hacer bien es espectáculo. Pan y circo. El desfile militar de 40 millones de dólares que Trump organizará por su cumpleaños, el 14 de junio, es un ejemplo perfecto.
La disneyficación de Estados Unidos —ese país de sonrisas eternas donde todo es posible— es una cortina que oculta la miseria económica y la desigualdad salvaje. La cultura de masas, saturada de sexo, violencia y banalidad, culpa al ciudadano por su fracaso.
Una sociedad civil podrida
Søren Kierkegaard advirtió en La Edad Presente que el Estado moderno busca suprimir la conciencia y moldear individuos dóciles dentro de una “opinión pública” falsa. Esta masa, según él, es una abstracción monstruosa: un todo ilusorio formado por nadie. Quienes la cuestionan, los que denuncian la corrupción, son tachados de locos, traidores o soñadores. Pero solo ellos, según la definición griega del polis, pueden llamarse ciudadanos.
Thomas Paine escribió que un gobierno despótico es un hongo que brota de una sociedad civil podrida. Eso les pasó a los imperios antiguos. Eso nos está pasando a nosotros.
Putrefacción profunda
Es tentador pensar que eliminar a Trump resolvería el problema. Pero la putrefacción ha infectado todas nuestras instituciones democráticas. El Congreso es un club financiado por millonarios. Los tribunales son extensiones de corporaciones. La prensa repite lo que dicen las élites. Todo funciona en forma, pero no en contenido. La “voluntad popular” es un chiste cruel.
El historiador Ramsay MacMullen escribió que lo que destruyó Roma fue “el desvío del poder hacia intereses privados”. Cuando el gobierno solo sirve para enriquecer a unos pocos, se vuelve inútil para el pueblo. Nuestro gobierno, en ese sentido, es impotente. Es un instrumento del capital financiero, militar e industrial. Se devora a sí mismo para alimentar a los de arriba.
“El declive de Roma fue el efecto inevitable de su grandeza desmedida”, escribió Edward Gibbon. “La prosperidad engendró el principio de su ruina.”
La república ha muerto
El emperador romano Cómodo, como Trump, estaba fascinado con su imagen. Mandó esculpir estatuas de sí mismo como Hércules. Se hacía coronar en peleas amañadas. Renombró Roma como “la Colonia de Cómodo”. Vendía cargos públicos como Trump vende indultos y favores a quienes inviertan en sus criptomonedas o hagan donaciones a su comité de investidura o a su biblioteca presidencial.
Finalmente, los consejeros del emperador se las arreglaron para que un luchador profesional lo estrangulara hasta la muerte en su baño, después de que anunciara que asumiría el cargo de cónsul vestido de gladiador. Pero su asesinato no sirvió para detener el declive. Cómodo fue sustituido por el reformador Pertinax, que fue asesinado tres meses después. Los guardias pretorianos subastaron el cargo de emperador. El siguiente emperador, Didio Juliano, duró 66 días. Habría cinco emperadores en 193 d.C., el año siguiente al asesinato de Cómodo.
Como el imperio romano, nuestra república ha muerto.
El pirómano nos entretiene
Nuestros derechos constitucionales —debido proceso, habeas corpus, privacidad, libertad de expresión— existen solo en papel. Las palabras con las que nos describimos como democracia ya no significan nada.
En 1940, ante la tormenta del fascismo, Walter Benjamin escribió:
“Un cuadro de Klee llamado Angelus Novus muestra a un ángel que parece a punto de alejarse de algo que está contemplando fijamente. Tiene los ojos fijos, la boca abierta y las alas desplegadas. Así es como uno se imagina al ángel de la historia. Su rostro está vuelto hacia el pasado. Donde nosotros percibimos una cadena de acontecimientos, él ve una sola catástrofe, que sigue amontonando restos sobre restos y los arroja ante sus pies. Al ángel le gustaría quedarse, despertar a los muertos y recomponer lo que ha sido destrozado. Pero una tempestad sopla desde el Paraíso; se ha enredado en sus alas con tal violencia que el ángel ya no puede cerrarlas. La tormenta le impulsa irresistiblemente hacia el futuro, al que da la espalda, mientras el montón de escombros que tiene ante sí crece hacia el cielo. Esta tormenta es lo que llamamos progreso.”
Nuestra decadencia, nuestro analfabetismo y nuestro alejamiento colectivo de la realidad se gestaron hace mucho tiempo. La erosión constante de nuestros derechos, especialmente nuestros derechos como votantes, la transformación de los órganos del Estado en herramientas de explotación, la miseria de los trabajadores pobres y de la clase media, las mentiras que saturan nuestras ondas, la degradación de la educación pública, las guerras interminables e inútiles, la asombrosa deuda pública, el colapso de nuestra infraestructura física, reflejan los últimos días de todos los imperios.
Y Trump, el pirómano, nos entretiene mientras ardemos.
Fuente: https://chrishedges.substack.com/p/the-rule-of-idiots
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