¿Cuál es el capitalismo que si funciona para toda la sociedad?

En 1978 China dejó el comunismo marxista, incapaz de crear riqueza a escalas mega industriales para socializar la abundancia. Ahora, casi medio siglo después de sacar de la pobreza a 700 millones de sus habitantes, aplicando un capitalismo “con características chinas”, algo que a Occidente le cuesta comprender, surge como una superpotencia industrial, científica, tecnológica y geoeconómica. El gigante asiático usó las mejores herramientas del capitalismo y apeló a Confucio para darle un toque propio. Occidente, tras el efímero “Sueño Americano” para una fracción de su población, priorizó la economía de papel (del capitalismo financiero, rentista y parasitario, autodestruyendo su vasta capacidad industrial). Ahora languidece tras sus propios errores imperialistas y castigados por su Revolución-Industrial-Militar que solo benefició al 1%.

Por Alexandr Mondragón y Wilder Buleje
La confrontación por la supremacía económica global, en el contexto del Sistema Mundo, se ha efectuado dentro del ámbito capitalista. China ha derrotado en su propio terreno al Occidente “neoliberal” y “democrático”, con Estados Unidos a la cabeza y ese esqueleto integrado por Alemania, Francia, Italia, Gran Bretaña, entre otros.
Han sido de tal magnitud los golpes asestados por los chinos, que los norteamericanos y europeos parecen víctimas del liberalismo. En los últimos tiempos recularon en sus convicciones, se atrincheraron en el pasado y hoy en día (ahí tienen a Joe Biden y Donald Trump) usan la barrera oxidada de los aranceles, para esconderse de sus propios errores macroeconómicos y ocultar su incapacidad competitiva.

Recordando el cinismo imperial
Solo por vergüenza nadie utiliza esa vieja palabra con la cual Occidente exhibía las debilidades ajenas: Proteccionismo. Sin embargo, en el colmo del cinismo, pocos recuerdan la ferocidad con la cual el poder imperial desmontó a sangre y fuego esas barreras en el pasado reciente.
El mundo occidental en su conjunto está levantando, inútilmente, esos oxidados y endebles cercos, no solo con la intención de impedir la entrada de productos más baratos a sus territorios, sino también con el fin de evitar el ridículo de aceptar que su subsistencia depende de importar bienes que ellos dejaron de producir, bajo el engaño de sus propios “expertos” de la “economía digital” de finales del siglo pasado.
Un espectáculo formidable de hipocresía económica y cretinismo político. ¿Dónde están aquellos que elogiaban al dúo tempestad de la década de 1980, formado por Ronald Reagan y Margaret Thatcher?, cuando el Neoliberalismo, como águila indomable, salió a destruir sus propias bases económicas, industriales y sociales, en nombre del “libre mercado”. ¿En qué cueva están aquellos que ponderaban las decisiones macroeconómicas de Bill Clinton y Tony Blair? ¿Ahora alguien se atreve a elogiar en público a Barack Obama, quien fue increpado por funcionarios chinos, a grito pelado, en un foro económico mundial y el presidente estadounidense dejó pasar la afrenta sin reacción alguna?

Cuando Deng Xiaoping fue igualado con Pinochet
En este punto, cabe citar los que Giovanni Arrighi escribió en su libro “Adam Smith en Pekín”, sobre lo despistados que estaba los “intelectuales” occidentales con respecto a China:
«En la portada del libro A Brief History of Neoliberalism, de Davis Harvey, aparecía la foto de Deng Xiaoping, junto a Reagan, Pinochet y Thatcher, y todo un capítulo del libro está dedicado al “neoliberalismo con rasgos chinos”. Y de forma parecida, Peter Kwong argumentó que tanto Reagan como Deng “eran grandes admiradores del gurú neoliberal Milton Friedman”, el maestro y guía de Margaret Thatcher, quien iniciara sus brutales reformas en torno al apotegma “No Hay Alternativa”, del mismo modo que Ronald Reagan inició su «revolución», destruyendo las redes de seguridad y de bienestar social que venían funcionando desde la época de Franklin Delano Roosevelt, y que Deng y sus seguidores siguieron la receta de Friedman de “descargar el gobierno de las espaldas de la gente”, acomodando a China en el universo neoliberal».

«Y el Financial Times y The Economist, proclamaron que la reducción de la pobreza y la desigualdad en la renta mundial, que ha acompañado al crecimiento económico de China desde 1980, puede atribuirse a la adhesión china a sus prescripciones políticas. Una afirmación se vio contradicha por la larga serie de desastres económicos que la adhesión real a esas prescripciones causó en el África subsahariana, en América Latina y en la antigua URSS. A la luz de esa experiencia, el economista James Galbraith se preguntó si se debería seguir considerando la década de 1990 “una época dorada del Capitalismo” y no como «algo más parecido a una época dorada del socialismo reformado en dos países (China y la India), y una época de desastres para los que siguieron las prescripciones propugnadas por The Economist».

La variante china del Capitalismo
Así, cuatro décadas después, estamos dentro del mundo capitalista y China, con sabiduría milenaria y pragmatismo, es la máxima potencia económica del planeta. Es la Fábrica-Mundial que si se detiene, o se resfría, deja al mundo enfermo y en emergencia. Eso lo vimos durante la pandemia del Covid. Lo que Occidente consiguió en quinientos años de holocaustos inenarrables, de guerras continuadas y de engaños monumentales, la civilización asiática lo construyó en poco más de medio siglo. Parafraseando a Chuang Tze: “Un pequeño saber no se puede comparar con uno grande, ni una corta vida (de Occidente) con una larga existencia (milenaria de China)”.
Los chinos optaron por la industrialización sacrificando a dos generaciones entregadas a la explotación laboral de Occidente en los 1980’s y 1990’s, pero “Sacrificaron el ciruelo, para llevarse el melocotonero”; transformaron su economía real a escalas nunca antes vista en la historia de la humanidad, hasta convertirse en la fábrica-mundo capaz de construir las megaciudades del futuro y transformarse en el poder geoeconómico más importante del Sistema-Mundo.

Un sistema dos visiones
Occidente, después de un breve renacimiento capitalista industrial en las tres décadas siguientes a la II Guerra Mundial, apostó sus fichas a la ruleta de la economía de papel. A inicios de la década de 1970 cambió al oro por el petróleo para respaldar al dólar. Ese fue el punto de partida de lo que el economista estadounidense Michael Hudson denominó el capitalismo financiero-parasitario. Desde entonces, el Hegemón ha vivido a costa del resto del mundo imponiendo su moneda a sangre y fuego, y vía los préstamos usureros a los países del Sur Global. Las consecuencias de esas decisiones están a la vista de todos. Pero… nada es para siempre.

Primera conclusión: El sistema que ha probado su funcionalidad en los tiempos modernos es el capitalismo. Aunque, claro está, la gran pregunta es: ¿cómo y a quiénes debe beneficiar? En los últimos 500 años, cuando Occidente comenzó la “globalización”, dixit Noam Chomsky, los beneficios siempre fueron para una élite y, en el mejor de los casos para un segmento más amplio de la población, pero solo en apariencia y de manera temporal. Esta asimetría ha causado rebeliones sociales que se han sobrellevado con la vieja fórmula de Pan y Circo, ultra-recargado en las últimas décadas con el Matrixmo –o la manipulación de las masas a través del neurocapitalismo y la tecnología de lo virtual.

Bajo el «Mandato del Cielo»
Los chinos, basados en sus conceptos confucionistas, desde hace milenios conocen muy bien los conflictos sociales y para evitarlos y/o resolverlos se guían por el «Mandato del Cielo», que no es ninguna elucubración religiosa (como lo interpretaría un occidental) sino más bien una alegoría pragmática de su milenaria civilización, donde el Mandato estará a favor de las empresas y el gobernante justo, pero que dejaría sin protección al gobernante y los empresarios déspotas, permitiendo que otras fuerzas destruyan su régimen y transfiere entonces el poder político y económico a otros individuos que posean dotes de mejor gobernante.
Así, el Capitalismo “con características chinas”, usó las mejores herramientas del capitalismo occidental de los últimos 200 años: las Revoluciones Industriales y los desarrollos científicos, tecnológicos y económicos. Lo combinaron con su propio capitalismo milenario (ellos tuvieron su propio Sistema Mundo y eran un imperio comercial hasta 1700’s e incluso inventaron el papel moneda) y su sistema de gobernanza, que Occidente critica, pero en realidad desconoce supinamente. De esa forma no solo consiguieron un gran desarrollo económico y social, que ha beneficiado a una inmensa mayoría de su población, sino también sentaron las bases para erigirse como el eje del Nuevo Sistema Mundo del Siglo XXI.

Socialismo sin poder económico
Segunda conclusión: El sistema comunista o socialista –que nunca logró un desarrollo industrial y económico a gran escala, apenas pudo abarcar su propio entorno aunque sin alcanzar el progreso social y económico de las vastas mayorías– no consiguió llevar a la prosperidad sostenible a ningún país que lo adoptó a rajatabla. Los ejemplos de la propia China, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS, ahora Rusia), la Europa del este, Camboya, Vietnam, en el siglo pasado, y Corea del Norte, entre otros, así lo verifica. De qué sirve sacrificar el ciruelo, si el melocotonero no da frutos.

Tercera conclusión: El neoliberalismo, un eufemismo para no decir que se trata del Capitalismo Salvaje del 1% vs. el 99%, sólo favorece a la élite de los grandes capitales –encerrado en su propia burbuja y ungida en la estratósfera, como alguna vez lo describió Jean Baudrillard–, en desmedro de las grandes mayorías.

El único valor del Marx
Cuarta conclusión: El marxismo es importante para entender la economía, alguna vez el multibillonario George Soros declaró haber leído El Capital de Marx y dijo: “Mire, ese hombre descubrió algo sobre el capitalismo y hoy, 150 años después, tenemos que tomarlo en cuenta”. Carece de valor como modelo pragmático para el funcionamiento de la economía real en favor de las grandes masas. Tampoco puede extrapolarse al ámbito político para pretender llegar a una sociedad perfecta.

El gato que no cazaba ratones
De seguro que los chinos pueden suscribir estos apuntes. Ellos, tan inteligentes y diligentes en las decisiones trascendentales, pero a la misma vez pragmáticos, adoptaron el comunismo bajo una supuesta doctrina marxista, que le daba carácter científico al manejo de la cosa pública. Pero fue un experimento de apenas medio siglo.
Mao Tse Tung lo llevó a la práctica –el pragmatismo chino–, pero aniquiló a varias generaciones para calzar la teoría con la realidad –ese gato no cazaba ratones. Para fortuna de China el Gran Timonel siguió su curso a la eternidad en 1976 y fue entonces que Den Xiaoping cambió la dirección política de su país con un movimiento felino: No importa el color del gato, lo que importa es que cace ratones –y de paso que atrape al águila. Y uno de esos “gatos” fue Adam Smith –que alguna vez los propagandistas del Capitalismo lo usaron, pero que hoy está en el mausoleo de los ignorados.

Adam Smith en Pekín
Y aquí otra vez citamos a Arrighi:
«En este escenario, centrándonos exclusivamente en China, y dejando a un lado la cuestión de si lo que se ha venido practicando es un «socialismo reformado» o cierta variante del capitalismo, la afirmación de Galbraith que las reformas chinas no siguieron las prescripciones neoliberales, encuentra apoyo en la afirmación de (el Premio Nobel de Economía Joseph) Stiglitz, de que el éxito de las reformas chinas puede atribuirse a no haber renunciado al gradualismo en favor de las terapias de shock propugnadas por el Consenso de Washington; a haber reconocido que sólo se puede mantener la estabilidad social si la creación de empleo va de la mano con la reestructuración; y a haber procurado un despliegue fructífero de los recursos desplazados por la competencia intensificada. Aunque China dio la bienvenida al consejo y ayuda del Banco Mundial desde el comienzo de las reformas, siempre lo hizo en términos y condiciones que favorecían el «interés nacional» chino, más que los intereses del Tesoro estadounidense y del capital occidental. Como indica Ramgopal Agarwala rememorando la propia experiencia en Pekín como alto funcionario del Banco Mundial:

“China es quizá el mejor ejemplo de un país que ha prestado oídos al asesoramiento extranjero pero que ha tomado sus decisiones a la luz de sus propias circunstancias sociales, políticas, económicas (…) Cualquiera que pueda ser la base del éxito chino, definitivamente no fue la adopción ciega de la política [del Consenso] de Washington. La reforma «con características chinas» fue el rasgo definitorio del proceso de reforma chino”.

Bajo los intereses chinos
«El gobierno chino dio la bienvenida a la inversión directa extranjera, pero también en este caso en la medida en que entendía que servía a los intereses chinos. Así, a principios de la década de 1990 se les dijo las grandes empresas japonesas, en términos bastante tajantes, que a menos que aportaran consigo a sus fabricantes de componentes, no serían bien recibidos.

En resumen, como escribe Arrighi, «el relativo gradualismo con el cual se han llevado a cabo las reformas económicas y las acciones compensatorias con las que el gobierno (chino) ha tratado de fomentar la sinergia entre el creciente mercado nacional y la nueva división social del trabajo, muestran que la creencia del credo neoliberal en los beneficios de la terapia del shock, gobiernos minimalistas y mercados autorregulados, ha sido tan ajena a los reformadores chinos como lo era a Adam Smith, en cuya concepción del desarrollo basado en el mercado, los gobiernos emplean los mercados como instrumento, y al liberalizar el comercio lo hacen gradualmente para no perturbar “la tranquilidad pública”. Hacen que los capitalistas, no los trabajadores, compitan entre sí, de forma que los beneficios alcancen un nivel mínimo tolerable. Alientan la división del trabajo entre las unidades de producción y las comunidades, no en el interior de cada una de ellas, e invierten en la educación para contrarrestar los efectos negativos de la división del trabajo en la calidad intelectual de la población. Priorizan la formación de un mercado nacional y el desarrollo como principal fundamento de la industrialización y, con el tiempo, también de la inversión y del comercio exterior. Sin embargo, cuando eso choca con “el primer deber del soberano” —“proteger a la sociedad frente a la violencia o la invasión desde otras sociedades independientes”—, Smith admite que se debe conceder prioridad a la industria y el comercio exterior», que —añadimos nosotros— los chinos, en el Siglo XXI, lo han convertido como dos planos del Cubo del Poder Geoeconómico Mundial y este como una de los pilares para encaminarse a ser el eje del Nuevo Sistema Mundo.

Lo que hizo China y enojó al Imperio
Así, de la mano de sus propios intereses, experiencia milenaria, y Adam Smith, desde 1978 a la fecha, China acogió al capitalismo con entusiasmo, pero además con astucia y bajo sus propios términos, como dice Hudson:
Estados Unidos esperaba que China fuera tan crédula como la Unión Soviética y adoptara una política neoliberal que permitiera privatizar su riqueza y convertirla en privilegios de extracción de rentas, para venderla a los estadounidenses. “Lo que el mundo libre esperaba cuando dio la bienvenida a China al organismo de libre comercio [la Organización Mundial del Comercio] en 2001”, explicó Clyde V. Prestowitz Jr., asesor comercial de la administración Reagan, fue que, “desde el momento de la adopción de Deng Xiaoping de algunos métodos de mercado en 1979 y especialmente después del colapso de la Unión Soviética en 1992… el aumento del comercio y la inversión en China conduciría inevitablemente a la mercantilización de su economía y a la desaparición de sus empresas estatales”.

Pero en lugar de adoptar el neoliberalismo basado en el mercado, se quejó Prestowitz, el gobierno de China apoyó la inversión industrial y mantuvo el control del dinero y la deuda en sus propias manos. Este control gubernamental estaba “en desacuerdo con el sistema global liberal basado en las reglas” a lo largo de las líneas neoliberales, que se habían impuesto a las antiguas economías soviéticas después de 1991”.

China también ofreció una lección práctica sobre cómo proteger su economía y la de sus aliados de las sanciones extranjeras y la desestabilización relacionada. Su respuesta más básica ha sido evitar que surja una oligarquía independiente (el 1%), nacional o respaldada por el extranjero. Ese ha sido uno de los primeros y más importantes objetivos al mantener el control gubernamental de las finanzas y el crédito, la propiedad y la política de tenencia de la tierra en manos del gobierno, con un plan a largo plazo en mente.

Fue entonces que China logró superar en décadas, lo que Occidente se tardó siglos. No había vuelta atrás, por el contrario el acelerador lo presionaron hasta llegar el 2001 a la Organización Mundial del Comercio (OMC) desde donde incrementaron su velocidad de crucero.

Los errores groseros de la Gran Cábala
Entre las interrogantes que pueden surgir antes estos hechos, por ejemplo, aparece una en primer plano: ¿Por qué avanzó con celeridad el capitalismo chino? La respuesta ya fue explicada en gran medida en los párrafos previos, pero también hubo otro factor: los chinos aprovecharon el grosero error del 1% —de buscar “la incesante acumulación de capital”, como lo describió Immanuel Wallerstein— y usaron a su favor dos medidas adoptadas por Occidente, la desregulación de la economía y la deslocalización de los empleos industriales que sustentaban a la gran clase media estadounidense. Las caras visibles de esa metida de pata monumental fueron Reagan y Thatcher. Aunque en defensa de ambos, sólo puede decirse que obedecían a sus mentores de la Gran Cábala, la gran élite que ha controlado el viejo Sistema Mundo Occidental.
La desregulación es eliminar gradualmente, o de sopetón, las normas de relación entre los actores económicos: empresa, trabajadores, estado. Sucede que en los países desarrollados de Occidente, los sindicatos —como lo demostró Jimmy Hoffa— eran corporaciones muy poderosas a la hora de defender a los trabajadores. Ya no lo son. Reagan fue el primero en llevar a cabo su destrucción en los años 1980’s.

La destrucción de la clase media
¿Y la deslocalización laboral? Una palabreja legalista para esconder el enorme plan para dejar sin trabajo a las clases medias y bajas de sus respectivos países, con la intención de reducir los precios de productos—elaborados en otras geografías, explotando la mano de obra barata, como lo permitió China en los 1990’s y 2000’s— que, en principio, su fuerza laboral reempleada con salarios reducidos podrá consumir por el abaratamiento de los precios, pero que a mediano y largo plazo los consumidores —sobrecargados por las deudas y condenados a empleos de servicios— se decantarán hacia la deuda infinita y la pobreza, como ahora lo sufre el 90% en Estados Unidos —cuya economía fue revertida a una de servicios, como en el Tercer Mundo— y Europa.

¿El mercado lo soluciona todo?
Para los desreguladores de esa época, aquel liberalismo económico iba a solucionar desde el mercado los problemas sociales de la población. Cada quien iba a recibir lo que su talento le franqueaba. A mayor esfuerzo, mayor recompensa. A las grandes masas le vendieron la idea del individualismo y el éxito por el esfuerzo propio y aislado (un ejemplo in xtremis de hoy en día son los influencers), pero que en la práctica de la economía real son simples “parásitos económicos consumidores”. Y para los países de la periferia o el Sur Global, que querían proteger sus industrias nacionales, el proteccionismo era un cáncer y los países que la utilizaban eran parias del sistema.
Lo que nunca dijo esa élite es que ellos eran dueños del mercado y que las medidas que habían impuesto, no solo atentaban contra la sostenibilidad decente de la población, sino que debilitaban la soberanía del estado y restaban derechos a los demás actores del sistema económico del denominado Primer Mundo.
Mientras tanto, China, resumiendo, abrió sus puertas con mano de obra barata. Sacrificó un par de generaciones, mientras asimilaba la tecnología foránea y avanzaba hacia la IV Revolución Industrial y la construcción de su Imperio Geoeconómico a escala global. Después aplicó innovación y desarrollo. Desde hace una década, cuando menos, alcanzó el primer lugar como potencia económica en términos de paridad del poder adquisitivo.

Cambios sin violencia
Y aquí cabe subrayar algo que marca una enorme diferencia con Occidente. Para alcanzar ese crecimiento y descomunal desarrollo económico, marcando ya el futuro del Siglo XXI, los chinos no necesitaron bombardear o invadir país alguno (con una maquinaria militar imperialista), tampoco tuvieron que declararle la guerra a nadie, ni usaron fuerza bruta para abrir fronteras a sus productos y servicios. El imperialismo del garrote y la zanahoria no formó parte de sus importaciones de Occidente. Hace siglos ya sabía lo que era capaz Occidente, cuando les cedió el invento de la pólvora y vieron como la utilizaron para construir los cimientos del Capitalismo Salvaje y Depredador.
Los chinos pueden celebrar —como los estadounidenses, por un corto periodo de tiempo y en pequeña escala, hasta finales del siglo XX— la instauración de un sistema capitalista que propicia el bienestar de la población. En 2024, los norteamericanos reconocen que su modelo capitalista, carcomido por el parásito rentista, ha colapsado y que el modelo de prosperidad que soñaron ahora es una inscripción lapidaria: Érase una vez…

La Gran Eurasia vs. La Gran Cábala
Finalmente, quienes reducen este tema a una lucha hegemónica entre China y Estados Unidos caen en un error garrafal. La pelea de la Gran Eurasia —porque China no hubiera llegado a este momento, sin una alianza simbiótica con Rusia, la pesadilla que el geógrafo inglés John Harlford Mackinder dejó entrever hace más de un siglo— no es contra el país del norte sino contra la élite que la tiene sometida desde 1913.
Como se recuerda, la Gran Cábala asumió ese año el manejo del sistema monetario y financiero desde la Reserva Federal (Fed). Desde esa posición controló a la nación que usaría como el Nuevo Imperio del Siglo XX, para la conquista de la Isla-Mundial, a través de su propia Revolución Industrial Militar desplegada a través del Complejo Militar-Industrial de Estados Unidos y el imperio financiero del dólar vía Wall Street.
El capitalismo ha triunfado, pero esta vez con los países que jugaron la Variante Sino-Rusa, mientras que los países que la impulsaron con alegría desde la culminación de la Segunda Guerra Mundial y luego la cambiaron a la Variante del Parásito Financiero, hoy no parecen tan firmes en sus convicciones en el pantano de su decadente arrogancia.

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